Los sueños desconcertantes de Don Bosco sobre el infierno

San Juan Bosco solía tener verdaderas revelaciones en sus sueños. Muchos de ellos avisaban al santo de algo que iba a suceder y luego con el tiempo se cumplían al pie de la letra. Pero a la vez, la mayoría de estas visiones, al ser narradas por su autor, provocaban verdaderos cambios de vida en quien los escuchaba.

Por esa razón el papa Pío IX, al darse cuenta del mucho bien que estos sueños podían hacer a la gente, le “recomendó” que los escribiera. Esa recopilación compuesta por 159 sueños dividida en 19 volúmenes se llama Memorias Biográficas de Don Bosco.

En unos de estos sueños Don Bosco narra su experiencia con el infierno, explicando muy bien los motivos por los cuales muchos caen en el infierno y los remedios para evitarlo.

Sueño del infierno (Cap. IX,169)

El 3 de mayo de 1868, Don Bosco habló así a todo su alumnado: Ya les conté cómo la noche del 17 de abril un sapo espantoso se me apareció y me amenazó con tragarme si no les contaba los sueños miedosos que había tenido, y una voz fuerte me gritó: “¿Por qué no hablas?”. Voy pues a hablar y a contar lo que vi en sueños.

Acababa de dormirme cuando vi que se acercaba a mi cama el guía de los anteriores sueños, el cual me dijo: – Véngase conmigo. Rápido que no hay tiempo que perder.

Lo seguí y mientras caminábamos le pregunté:- ¿A dónde me va a llevar esta vez? Él me respondió: – Ya lo verá.

Llegamos a una llanura tan grande que no se veía donde terminaba.

Pero era como un desierto. No se veía por allí ninguna persona, ni fuentes, ni plantas verdes. Las pocas plantas que había eran secas y amarillentas.

Después de un largo y triste viaje por aquel desierto llegamos a un camino ancho y fácil. Era como para recordar la frase del Libro Santo: “Ancho es el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que viajan por él”. (Sn. Mateo 7,13).

El camino estaba rodeado de rosas y de lindas flores. Y aquella vía iba descendiendo cuesta debajo de tal modo que yo empecé a descender de una manera tan precipitada que casi no necesitaba ni mover los pies, y la carrera era cada vez más veloz.

De pronto vi que por el camino me seguían más discípulos de ahora y del futuro. Y noté cómo algunos caían por el suelo y eran arrastrados por una fuerza misteriosa hacia un horno ardiente. Entonces pregunté al guía: – ¿Qué es lo que hace caer a esos pobres? Y él me respondió con una frase del Salmo 139.

– Por el camino por el que andan les han tendido un lazo.

Me acerqué y pude ver que los jóvenes pasaban por sobre muchos lazos tendidos a manera de trampas, pero que no se veían casi.

Muchos de ellos al andar quedaban presos por los lazos sin darse cuenta del peligro y luego caían y eran llevados hacia el abismo.

Unos quedaban presos por las manos, otros por los pies, algunos por la cabeza y otros por la cintura, e inmediatamente eran lanzados hacia abajo.

Algunos lazos eran casi invisibles y muy delgados pero llevaban también al abismo y pregunté al guía qué significaban y él me explicó: – Es el respeto humano. El miedo a hacer el bien o a evitar el mal, por temor al qué dirán o pensarán los otros.

Pregunté de nuevo al guía por qué los jóvenes eran llevados fuertemente hacia el abismo. Y él me aconsejó: – Asómese, y mire bien.

Y he aquí que, después de haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundía espanto, el cual mantenía fuertemente agarrado con sus garras la extremidad de una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos.

Era éste quien, apenas caía uno en aquellas redes, lo arrastraba inmediatamente hacia sí. Entonces me dije: -Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la santa cruz y con jaculatorias.

Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: ¿Sabes ya quién es?

-¡Sí que lo sé! Es el demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno.

Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandamiento, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc.

Hecho esto, me eché un poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que eran los de la deshonestidad, la desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros dos. Después de esto vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero no tanto como los dos primeros.

Desde mi puesto de observación, vi a muchos jóvenes que corrían a mayor velocidad que los demás. Y pregunté: ¿Por qué esta diferencia? -Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano, me fue respondido

Mirando aún con mayor atención vi que entre los lazos había esparcidos muchos cuchillos que, manejados por una mano providencial, cortaban o rompían los hilos.

El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la meditación. Otro cuchillo, también muy grande, pero no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha.

Había además dos espadas. Una de ellas indicaba la devoción al Santísimo Sacramento, especialmente mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a la Virgen.

Había también un martillo: la confesión, y había otros cuchillos símbolos de las varias devociones a san José, a san Luis, etc.

Muchos rompían con estas armas los lazos al quedar prendidos o se defendían para no caer en ellos. En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre los lazos de manera que nunca quedaban presos.

Pasaban antes de que el lazo estuviese tendido y, si lo hacían cuando éste estaba ya preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado, sin lograr atraparlos…

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