Ves que yo sufro bajo el peso de muchas miserias, y vivo en una continua lucha de pensamientos, de deseos, de cariños y de pasiones, que me querrían alejar de Dios.
¿Y sin Dios qué haría yo?
Sería un esclavo que colmado de miseria ignora la misma esclavitud.
Pronto el enojo, el orgullo, el egoísmo, la impureza y ciento de otras pasiones devorarían mi alma.
Pero yo quiero vivir con Dios; por eso invoco humildemente y confiadamente tu ayuda.
Intercede para que obtenga el regalo de la santa caridad; haz que el Espíritu Santo, el que te inflamó milagrosamente, descienda con sus regalos en mi alma.
Consigúeme que yo pueda, aunque sea débilmente, imitarte.
Qué yo viva en el continuo deseo de salvar almas para Dios; qué yo las conduzca a él, siempre imitando tu dulce mansedumbre.
Que pueda ser casto de pensamientos, de deseos y de cariños, como fuiste tú.
Concédeme aquella santa alegría de espíritu que procede de la paz del corazón y de la plena resignación de mi la voluntad a la voluntad de Dios.
Alrededor de ti exhaló un aire benéfico, que sanó a las almas enfermas, tranquilizó a las temerosas, aseguró las tímidas, confortó a las afligidas.
Tú has rezado por los que te maldecían; por los que te perseguían; conversaste con los justos para perfeccionarlos, y con los pecadores para reconducirlos a la conciencia.
¿Pero por qué no he sido capaz de imitarte? ¡Cuánto lo desearía! ¡Me parecería tan santificante hacerlo!
Ruega por mí pobre alma, para que yo pueda realmente imitarte en la vocación a la que he sido llamado, que siempre sea apóstol de Cristo. Favoreciendo a las almas que me ha puesto en mi camino, para convertirlas a ÉL.
Si tuviera el corazón lleno de Dios, llevaría tu apostolado que es el mismo que el de Jesús, a mi familia, a mi trabajo, a la iglesia a los hospitales , con los enfermos y también con los sanos, a los ricos y a los pobres. A todos los que necesiten de la simplicidad del amor de Dios.
Te lo pido por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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