En la “Casa de Nazareth” sede del Instituto de San José y residencia del vicario ecónomo de la parroquia de Santa María Magdalena estaban acogidos unos cincuenta niños y niñas en régimen de semipensionado que recibían gratuitamente instrucción y comida.
Además, los domingos, mediante la cooperación de familias bienhechoras, distribuían comida a los pobres.
Aquel 25 de enero de 1949 la cocinera, señorita Leandra Rebollo Vázquez iba a tener problemas.
Pues la familia que, por turno, tenía que llevar comida para los pobres no había aparecido ni en la tarde del sábado ni en lo que iba de mañana del domingo.
Eran las doce del mediodía y no podía esperar más.
Tomó las tres tazas de arroz, unos 750 gramos aproximadamente que no estaban destinados a los pobres sino a los niños del pensionado.
Y los vació en la cazuela, en la que hervía un trozo de carne, la cocinera seguía preocupada por el problema sin resolver de la comida para los pobres.
Con fe se dirigió al entonces Beato Juan Macías: “¡Ah, Beato, y los pobres sin comida!”.
Y pasó a la cocina del párroco para hacer alguna cosa mientras cocía el contenido de la cazuela. Como a los quince minutos volvió al fogón donde hervía la cazuela para dar unas vueltas al arroz.
Entonces la cocinera tuvo la sensación de que en el recipiente había una cantidad de arroz bastante mayor de la que ella había echado.
Llamó a la madre del párroco que, en aquel momento era la única persona que se encontraba en el piso superior.
Al ver que amenazaba rebosar aconsejó a la cocinera que usase otra cazuela. Así lo hizo.
Llamó al párroco, don Luis Zambrano Blanco y a la directora general del Instituto señorita María Gragera Vargas Zúñiga.
Cuando llegaron, con otras señoritas de la Casa de Nazareth, ya la cocinera estaba trasvasando el arroz de la primera a la segunda cazuela sin que disminuyera el nivel rebosante de la primera cazuela,
La noticia se extendió por la ciudad y muchas personas acudieron y constataron el hecho, recogiendo granos de arroz crudo que salía a borbotones del agua que hervía en el primer recipiente.
La impresión que tuvieron las niñas y niños durante la comida fue que el arroz que comían era absolutamente normal.
A eso de las cinco de la tarde, y sin que el párroco don Luís Zambrano hubiera abandonado ni por un momento el lugar del suceso, exclamó: ¡Basta!, con lo que cesó el prodigio.
Después de 60 años aún viven testigos del milagro que dieron su testimonio.
Pues esto no era más que repetir después de muerto, y al cabo de tres siglos, lo que el Hermano Juan Macías realizó, más de una vez, en la portería del convento de Lima.
fuente:forosdelavirgen
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