Llegó doña Blanca a platicar conmigo el otro otro día, ella es una señora muy alegre, todo el tiempo trae una sonrisa en la cara, además de uno o varios nietos bien agarrados, me cae muy bien, no solo por que de vez en cuando me regala uno que otro postre, sino también porque es muy apegada al templo y gran promotora del rezo del Santo Rosario.
Pero en cuanto la vi venir sabía que necesitaba algo, no traía ni sonrisa ni nietos, y así fue: “Padre, ¿tiene tiempo de hablar un poco?”.
– Claro hija, dígame.
– Fíjese que ya no sé cómo hacerle para que no hablen mal de mí, últimamente me han levantado muchos falsos, cuando no es en el trabajo, es con mis nueras o mis vecinos… Hace seis meses inventaron en el trabajo que me estaba dejando un dinero y me cambiaron de área, al menos no me corrieron y la semana pasada una vecina llegó muy lejos al decir que yo andaba con su marido…
Siendo sacerdote me doy cuenta de que hay mucho sufrimiento a causa de gente que habla mal de los otros o que inventa chismes malvados y terriblemente mal intencionados. Honestamente no alcanzo a comprender cómo es posible que entre nosotros haya gente que le desee mal a su prójimo, prefiero consolarme pensando que no se dan cuenta del mal que hacen.
Después de escuchar su desesperación por no poder hacer prácticamente nada le dije:
– Hija, lamento mucho lo que le ha pasado, me da mucha tristeza saber que no hemos aprendido que la lengua mata, Jesús murió por lo mismo, murió porque varias personas sembraron semillas de maldad en torno a Él.
– Tiene razón padre, es cierto que nuestro Dios mismo sufrió en carne propia el desprecio y las malas intenciones de personas malvadas.
Me maravilla mucho cómo el buen Jesús sigue ayudándonos al verlo en la cruz, cuando descubrimos que Él también está sufriendo allí clavado, por eso le recordé:
Después de agradecerme, Blanca se fue muy tranquila y yo sentí necesidad de ir a visitar a nuestro Señor al sagrario, me arrodillé delante de Él y le pedí que viniera al corazón de todas las personas que no nos damos cuenta del daño que hacemos con sus palabras: “Tú que todo lo puedes enséñanos a sembrar amor y buena voluntad con nuestras palabras y obras para vivir en paz”.
Y allí de rodillas sentí como me respondía mi buen Jesús: “Tranquilo, trato todos los días de enjugar cada lágrima y dar fuerza a quién sufre a causa de injurias y palabras mal intencionadas; además, estoy muy cerca de quienes lastiman con su boca para que se den cuenta de que pueden cambiar. Más les pido que sean pacientes, mis tiempos son diferentes, pero perfectos, al final todos cambiarán…”
Hermanas y hermanos, les cuento esta anécdota porque sé que tú también has sufrido y estás sufriendo calumnias, aprende de Cristo en la cruz, Él será tu fuerza y consuelo… déjalo todo en manos de Dios y todo saldrá bien, ¿confías en esta promesa?
Padre Sergio
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