La historia de la Virgen de Aparecida inicia en el 1717, en el río Paraiba tres pescadores encontraron en la red una pequeña imagen de terracota de la Virgen pero sin la cabeza, todavía echando la red pescaron la cabeza. Entonces ellos rechazaron las redes y el estupor iluminó sus rostros cuando a duras penas tiraron las redes llenas de pez de óptima calidad. Fue de color negro como los esclavos y partido, como la vida del pueblo esclavo, de hecho al principio siglo XVIII la esclavitud fue muy difusa en Brasil.
Los pescadores dejaron la estatua a Silvana, la esposa de João quien que pegó la cabeza al cuerpo y la tuvo consigo por 10 años. Cada día la familia, al final del trabajo, recita el Rosario. En 1726 la estatua fue confiada a los hijos, Atanasio y Pedroso, que la pusieron en un pequeño nicho de madera. Inmediatamente empezaron los milagros.
Poco a poco la noticia del descubrimiento de “Aparecida” de difundió y se corrió la voz que rogando delante de la estatua custodiada en la casa del pescador, se obtenían gracia y milagros. Por lo tanto se construyó una capilla, sucesivamente ampliada, para acoger la estatua y los numerosos peregrinos.
El primer milagro de Nuestra Señora de Aparecida se habría ocurrido en beneficio del esclavo negro Zacarías que vivía en una plantación de café. Y no pudiendo soportar la ferocidad de sus “dueños”, escapó a la ciudad de São Paulo. El capitán, a cargo de los esclavos, le dio la ‘caza’. Lo encontró en el bosque y le puso a las manos y los pies de las cadenas pesados siete quilos. Lo arrastró por la calle pasando delante de la Capilla de la Virgen “Aparecida” el esclavo rogó pidiendo Su ayuda e inmediatamente se abrieron las cadenas. Frente a aquel hecho el capitán lo dejó ir. La devoción a esta Virgen está profundamente ligada al sufrimiento y la esperanza del pueblo afroamericano.
Pío XI, en 1929, proclamó a Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil; en el 1984 la Conferencia Episcopal brasileña declaró la basílica de Aparecida santuario nacional.
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