Al anuncio del ángel a María acogió en el corazón y el cuerpo la Palabra de Dios y dio vida al mundo, ella es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo. Y ya que es Madre Santa de Dios viene por la Iglesia honrado con un culto especial.
De hecho, ya hasta de los tiempos más antiguos la Virgen es honrada con el título de “Madre de Dios” y los fieles se refugian bajo su protección, suplicándola en todos sus peligros y necesidades. Todos los fieles derramar oraciones a la Madre de Dios y Madre de los hombres, que interceda ante su Hijo. Esto nos muestra cómo su amor llegue en ayuda y consuelo de sus hijos, incluso si se encuentran en los lugares más remotos del mundo. Como la devoción mariana de la Virgen de Caacupé de parte del pueblo paraguayano.
Cuya historia comenzó en 1600, cuando un nativo llamado José prometió a la Virgen María de realizar una imagen de madera si lo hubiera liberado de mbayá, una tribu hostil. De hecho, la leyenda dice que José, un cristiano del pueblo de los Atyrá se incitó hasta las selvas del valle Ytú, en busca de alimentos y madera en un territorio inhóspito. Fue seguido por los indios Mbayaes no cristianos. La leyenda cuenta que la Virgen le pareció y le indicó el lugar en el que habría tenido que esconderse para salvarse. José, se refugió dentro de un enorme tronco, pidiendo a la Virgen María que lo ahorrará de la muerte. Los indios Mbayaes que estaban siguiéndolo no lo encontraron: se realizó un milagro. Siendo salvado él la vida, el nativo tomó un trozo de madera y lo llevó a su casa, aquí trabajó la madera y talló la Virgen María, manteniendo su promesa. Se instaló con su familia en aquellos valles, con la seguridad que la Virgen María siempre lo habría protegido. Construyó una pequeña capilla, que atrajo mucha gente.
A ella son atribuidos muchos milagros, como el hecho de haber salvado a la ciudad de Caacupé por la gran inundación que dio origen al lago Ypacaraí. El fervor religioso empujó a la población a construir un templo más grande, terminado el 4 de abril 1770.
En cada una de sus invocaciones, María nos recuerda que nos vigila y cuida de nuestros pasos, nos aconseja e intercede por nuestra salvación.
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