Jesús nos invita a tomar el corazón misericordioso de Dios: “Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso”. La Biblia describe a Dios como “misericordioso, lento para la ira y abundante en misericordia”. ¿Reflejamos esta paciencia y misericordia?
Sin aprobar de ninguna manera el comportamiento pecaminoso, Jesús nos reta a examinar si nuestros corazones están llenos de compasión hacia el próximo: ¿Tenemos un deseo sin fin de mostrar misericordia? ¿O somos rápidos a condenar y criticar?
Santa Catalina de Siena fue confrontada una vez por Dios sobre un “pecado oculto” que tenía: es decir juzgar a la gente. Solía pensar que tenía un don para leer la naturaleza humana y notar las faltas de otras personas, especialmente las faltas de los sacerdotes. Pero, un día, Dios le señaló que las percepciones que estaba recibiendo acerca de las debilidades de otras personas no venían de él: sino del diablo. Ella vino a ver que esto era “la trampa del diablo“.
El diablo nos permite ver los errores de otras personas para que, en vez de querer ayudar, comencemos a juzgar sus almas y condenarlas. Catalina lo reconoció a Dios, diciendo: “Me diste.. medicina contra una enfermedad oculta que no había reconocido, enseñándome que nunca puedo juzgar a ninguna persona. … Porque yo, ciego y débil como estaba de esta enfermedad, a menudo he juzgado a otros bajo el pretexto de trabajar por tu honor y su salvación“.
Si nos enfrentamos a la verdad acerca de nosotros mismos y experimentamos nuestras propias luchas diarias con el pecado, es menos probable que nos establezcamos en el juicio sobre otros.
Si realmente reconocemos cuánto necesitamos la misericordia de Dios -si experimentamos su perdón y su poder sanador en nuestras propias vidas- entonces nuestros corazones serán más compasivos cuando encontremos las faltas de otras personas.
Si hemos experimentado lo paciente y gentil que es Dios con nuestras fallos, entonces vamos a ser más misericordiosos con los demás.
Es por eso que Santa Catalina aprendió que cuando tenemos cuidado en las faltas de una persona, debemos decirnos: “Hoy es tu turno; mañana será mío, a menos que la gracia divina me sostenga“.
Pero si respondemos a las faltas de los demás con la condena y no la compasión, podría ser porque nosotros mismos tenemos un problema moral. Podría ser porque no hemos llegado a un acuerdo con nuestras propias debilidades y pecados y experimentado la misericordia de Dios.
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