“Queridos hijos, lamentablemente entre ustedes, mis hijos, hay mucha lucha, odio, intereses personales y egoísmo. Hijos míos, ¡cuán fácilmente olvidan a mi Hijo, sus palabras, su amor! La fe se extingue en muchas almas y los corazones están siendo atrapados por las cosas materiales del mundo. Pero mi Corazón maternal sabe que aún hay quienes creen y aman, que intentan acercarse lo más posible a mi Hijo, que incansablemente buscan a mi Hijo y, de esta manera, me buscan a mí. Son los humildes y los mansos que sobre llevan sus dolores y sufrimientos en silencio, con sus esperanzas y sobre todo con su fe. Son los apóstoles de mi amor. Hijos míos, apóstoles de mi amor, les enseño que mi Hijo no solo pide oraciones continuas, sino también obras y sentimientos; pide que crean, que oren, que con sus oraciones personales crezcan en la fe, crezcan en el amor. Amarse unos a otros es lo que Él pide: este es el camino a la vida eterna. Hijos míos, no olviden que mi Hijo trajo la luz a este mundo y la trajo a quienes quisieron verla y recibirla. Sean ustedes de esos; porque es la luz de la verdad, de la paz y del amor. Los conduzco maternalmente a adorar a mi Hijo, a amar conmigo a mi Hijo; a que sus pensamientos, palabras y obras se orienten hacia Mi Hijo y que estos sean en Su nombre. Solo entonces mi Corazón estará colmado. ¡Les doy las gracias!”
La Virgen ha bendecido a todos los presentes y todos los objetos religiosos.
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