“Queridos hijos, ¡grande es el amor de mi Hijo! Si conocieran la grandeza de su amor, no dejarían de adorarlo y agradecerle. Él está siempre vivo con ustedes en la Eucaristía, porque la Eucaristía es su Corazón. La Eucaristía es el corazón de la fe. Él nunca los ha abandonado: aun cuando han procurado alejarse de Él, Él de ustedes no se ha alejado. Por eso mi Corazón materno se siente feliz cuando ve que, llenos de amor, regresan a Él; cuando veo que acuden a Él por el camino de la reconciliación, del amor y de la esperanza. Mi Corazón materno sabe que, cuando ustedes emprenden el camino de la fe, son brotes, capullos, pero, con la oración y el ayuno, serán frutos, mis flores, los apóstoles de mi amor. Serán portadores de luz e iluminarán, con amor y sabiduría, a todos alrededor de ustedes. Hijos míos, como Madre les pido: oren, reflexionen, contemplen. Todo lo hermoso, doloroso, alegre, santo, que les ocurre, les hace crecer espiritualmente; hace que en ustedes crezca mi Hijo. Hijos míos, abandónense en Él, créanle a Él, confíen en Su amor; sea Él quien los guíe. Que la Eucaristía sea el lugar donde alimenten sus almas, y luego difundan el amor y la verdad, y testimonien a mi Hijo. ¡Les doy las gracias!”
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