«Quien cree en mi, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; quien me ve, ve al que me ha mandado.
Yo he venido al mundo a dar luz, para que el que cree en mí no quede en las tinieblas».
Señor Jesús que estás presente en la Sagrada Eucaristía, nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas, nos esperas y que nos amas tal como somos.
“Dios mío, Yo creo, espero, Te adoro y Te amo, Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni Te aman” (Tres veces).
Corazón Eucarístico de Jesús, muchas veces nos dejamos atraer por los falsos brillos del mundo, que nada dejan en el alma, sino desasosiego y ausencia de calma.
Por eso venimos a adorarte en tu Presencia sacramental en este día, tiempo en el que brillas resplandeciente y luminoso, desde la Eucaristía, con la luz de la gloria de tu divinidad.
Queremos ser iluminados por Ti, Jesús Eucaristía, porque sólo Tú disipas las tinieblas del alma; sólo Tú vences las oscuras sombras caídas que se ciernen amenazadoras sobre nuestras vidas.
Corazón Eucarístico de Jesús, que resplandeciste lleno de gloria y de luz en el Monte Tabor, resplandeces ahora en la Eucaristía, porque estás en el Santísimo Sacramento del altar con toda la majestad y belleza de tu Cuerpo resucitado.
Ven a nuestras almas, e ilumínanos, no dejes que nos acechen las tinieblas, sé Tú la luz radiante de nuestros corazones.
“Corazón Eucarístico de Jesús, vengo ante ti a rendirte el homenaje de mi adoración. Tú eres el único Dios que merece ser adorado en los cielos y en la tierra.
“Señor Jesús, Tú que has vencido a la muerte, resucitando con tu propio poder, te pedimos que nos ampares en nuestros días, tan lleno de peligros, tan llenos de oscuridad.
Sé Tú el Lucero del amanecer, que despunte en nuestras almas, trayéndonos la esplendorosa luz de Dios Trino. Ven, ilumínanos, no nos desampares en este valle de lágrimas”.
“Corazón Eucarístico de Jesús, regresamos al mundo, con el alma llena de tu alegría; nos vamos, pero regresaremos pronto, para seguir siendo alumbrados por la luz que irradias desde la Eucaristía. Gracias por habernos llamado a este diálogo de amor, gracias por quedarte entre nosotros, oculto bajo algo que parece pan, pero no lo es. Te adoramos y bendecimos, en el tiempo y en la eternidad. Amén”.
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