Dulce Virgen María, Niña Inmaculada, que fuiste destinada a ser Madre del Salvador y Madre nuestra.
Pequeña joya del Cielo, escucha con piedad nuestras humildes súplicas, y dónanos tres gracias para hacernos conocer tu bondad y tu incondicional unión a la voluntad de Dios.
Eres la luz de nuestras almas, eres nuestra esperanza, vuelca sobre nosotros tus tesoros espirituales. Haz que nuestros corazones se transformen y se llenen de virtud, para que podamos escucharte, para que no nos separemos más de ti, y así nos lleves al cielo para cantar las alabanzas a Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, por los siglos de los siglos.
Amén
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