Las personas están llamadas a ofrecer arrepentidas sus pecados a la Iglesia en el sacramento de la penitencia.
Cuando alguien se confiesa, quien perdona los pecados es el mismo Dios. Lo hace, eso sí, mediante la absolución del sacerdote.
Todos los pecados tienen perdón de Dios, menos uno: el pecado contra el Espíritu Santo. Lo dice Jesús en el Evangelio:
“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (San Mateo 12, 31).
El único pecado que Dios no perdona es la blasfemia contra el Espíritu Santo.
La blasfemia no es solamente con palabras, sino también y sobre todo con hechos.
¿Quién blasfema? Quien no se siente necesitado de Dios, quien no se siente pecador o se cree sin pecado.
Se trata de cerrarse al llamado a la conversión, endurecer el corazón hasta tal punto que a la persona no le interesa Dios.
Es pecado el endurecer el corazón y decirle, por ejemplo, a Dios: ‘No me interesas; estoy bien sin ti; no te necesito’.
Es pecado considerar que Dios no puede perdonar, o negar el perdón de Dios en la confesión. Es decir, es el pecado por el que el hombre se niega libre y conscientemente al perdón y la misericordia de Dios.
Ante esta circunstancia, ¿qué puede hacer Dios? Nada; tan solo dejar que la persona muera en su pecado. Allí Dios no puede actuar, Dios no tiene nada que hacer, no tiene nada que perdonar, no perdona nada.
La Sagrada Escritura nos da más luz:
«El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia«(Proverbios 28, 13).
Fuente: es.aleteia.org
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