Cuando un encuentro especial te marca para la vida. Jesús eligió un niño, Gabriel, para indicar a un sacerdote el camino a recorrer.
Un sacerdote es enviado para dirigir un santuario en una zona difícil. Pero un acontecimiento particular que tiene por protagonista a un niño, cambiará su relación con Jesús y su ministerio.
Un encuentro particular y especial que te marcará para toda la vida. Esto es lo que le pasó a Don José Rodrigo López Cepeda. Él, ordenado hace unos meses, fue enviado para ayudar (y luego a sustituir) al párroco del Santuario de Santa Orosia, en los Pirineos español. Una experiencia difícil al principio, ya que cualquier cambio (aunque sea simplemente del párroco) puede resultar agotador.
“La segunda semana de llegar a aquel lugar, vino a mi encuentro un matrimonio joven con su pequeño hijo. Tenía 8 años y padecía de una enfermedad degenerativa en los huesos, con problemas psicomotores evidentes.” cuenta Don Josè. Estos padres tenían un pedido específico: introducir al pequeño Gabriel en el camino de los monaguillos.
“En un principio, pensé en rechazarlo, no por ser un niño “especial”, sino por todas las dificultades con las que iniciaba su ministerio en aquel lugar.”
Sin embargo, el sacerdote no pudo negarse a esta petición porque al preguntarle al pequeño si quería ser su monaguillo, Gabriel no le respondió, se abrazó a su cintura lo que hizo que el párroco no pudiera resistirse. Pensó: “¡Menuda forma de convencerme!”.
A partir de ese día, todos los domingos, estuvo presente el pequeño Gabriel, 15 minutos antes de la celebración eucarística con su hábito para servir en el altar: “Su presencia me trajo más feligreses, pues sus familiares querían verlo estrenarse en su papel de monaguillo. Yo tenía que preparar todo lo necesario para la Eucaristía, no tenía sacristán ni campanero así que corría de un lado a otro y no fue sino hasta antes de iniciar la Misa que me percaté de que Gabriel nada sabía de cómo ayudar. Por la premura del tiempo, se me ocurrió decirle: Gabriel tienes que hacer todo lo que yo haga, ¿vale?”
Pero lo más lindo fue ver que, al final de la celebración, en el momento en que el sacerdote besaba el altar, también Gabriel quería besar el mantel del altar: “Anda, yo también quiero besarlo…”
El sacerdote le volvió a explicar por qué no podía hacerlo y al final le dijo que solo él lo haría por los dos, algo que pareció dejar conforme al niño. Gabriel, sin embargo, no abandonó el altar: “Gabriel te dije que yo lo besaría por los dos”. Y él le respondió: “Yo no lo besé, él me beso a mí…“
El sacerdote se mostró incrédulo ante las palabras del niño. “De verdad, me llenó de besos” seguía repitiendo Gabriel .
El joven sacerdote se acercó al altar para poner su mejilla en él pidiéndole: “Señor, bésame como a Gabriel”.
“Aquel Niño me recordó que la obra no era mía y que ganar el corazón de aquel pueblo solo podía ser desde esa dulce intimidad con el Único Sacerdote que es Cristo. Desde entonces mi beso al altar es doble pues siempre después de besarlo pongo mi mejilla para recibir su beso”.“Acercar a otros al misterio de la Salvación nos llama a vivir a diario nuestro propio encuentro, y al igual que yo con mi querido monaguillo y maestro Gabriel, aprendí que antes de besar el altar de Cristo, tengo que ser besado por Él”.
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