Señor mío y Dios mío, ¿dónde poner mi esperanza sino en Tí? ¿En que otra fuerza mayor puedo confiar que en tu infinita misericordia?
¿Qué cosa de mi vida anduvo bien cuando me aparté de Tí? Más quiero ser pobre por Tí, que rico sin Tí. Prefiero mil veces peregrinar contigo en la tierra, que poseer sin Tí el cielo.
Donde Tú, Señor, estás, allí está el cielo; y donde no, sólo hay muerte e infierno. A Tí deseo, y por eso necesito llamarte, ir detrás de Tí con oración llena de fe.
Tengo por cierto que no puedo confiar en alguno que me ayude en mis necesidades, sino en sólo en Tí Dios mío. Tú eres mi esperanza, tú mi confianza; tú mi consolador, y el único fiel en todas las cosas.
Todos los de acá buscan sus intereses; Tú Señor, sólo mi salud y la salvación de mi espíritu, y todas las cosas me conviertes en bien.
Aunque algunas veces me dejes en diversas tentaciones y adversidades, igualmente al final, todo lo ordenas para mi provecho.
En tí espero y en la dificultad recuerdo, con tu Gracia, que sueles en mil maneras probar tus escogidos. Y tanto debes ser loado y amado cuando me pruebas, como si me colmases de consolaciones celestiales.
En Tí pues, Señor y Dios mío, pongo toda mi esperanza y refugio, y en Tí, Señor, pongo toda mi dolor y angustia, porque todo lo que miro fuera de Tí, lo veo vacío y
cambiante.
Porque no me aprovechará tener muchos amigos, ni me podrán ayudar los defensores valientes, ni me darán buenos consejos los consejeros discretos, ni los libros de los científicos me podrán consolar, ni alguna cosa preciosa librar, ni algún lugar secreto me podrá esconder, si Tú mismo no estás presente y me ayudas, me consuelas y me proteges.
Porque todo lo que parece darnos la paz y bienaventuranza, es nada si Tú estás ausente; porque Tú eres el fin de todos los bienes y la luz de nuestra vida; y por ello esperar en Tí es nuestra mayor consolación sobre todas las cosas.
A Tí Señor, levanto mis ojos; en Tí confío, Dios mío, Padre de misericordia, que haz donado a tu hijo único por amor de estas tus pobres creaturas.
Bendice, Señor, y santifica mi ánima con bendición celestial, para que sea morada santa tuya, y asiento de tu eterna gloria, para que sea yo templo de tu dignidad, y no exista en mi nada que ofenda tus ojos.
Mírame, Señor, con la grandeza de tu bondad, y según tus muchas misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado tan lejos en la región de la sombra de la muerte.
Defiende y conserva el alma de esta pequeña creatura tuya, entre tantos peligros de esta miserable vida; y por medio de tu gracia, guíala por los caminos de la paz a la patria de la perpetua claridad, de la felicidad sin fin.
Amén.
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