El Padre Pío incluso llegó a llorar durante la celebración de la Misa, tan intensa fue su participación espiritual.
¿Podría ser un remedio para el vaciamiento de las iglesias el domingo? sin duda: necesitamos sacerdotes que celebren la plenitud de un Dios presente en nuestra vida cotidiana, y que sean capaces de transmitirla a los fieles.
En los primeros días, el Padre Pío celebraba la Santa Misa alrededor de las las 10 de la mañana para que los habitantes del pueblo pudieran llegar fácilmente al convento, confesarse y recibir la Sagrada Comunión.
Cuando la Santa Sede, para evitar “la singularidad y el ruido sobre su persona” y por tanto desalentar la participación de la Misa, estableció que la celebración debía tener lugar “summo mane”, es decir, de madrugada, la gente no se preocupaba demasiado.
Esto porque? La gente había entendido que allí en el altar se cumplía el misterio de la cruz, el misterio pascual del Padre Pío, instrumento en las manos de Dios, se convertía en su medio más eficaz.
Se entendió que aquella Misa, que duraba muchísimo, no era un rito cualquiera, sino que era el centro de toda su vida; era el corazón de su misma existencia.
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