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Novena a Santo Tomás de Aquino – Séptimo Día

En el nombre del Padre , del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración para todos los días

A Vos, Dios mío, fuente de misericordia, me acerco yo, inmundo pecador, para que os dignéis lavar mis manchas. ¡Oh Sol de justicia, iluminad a este ciego! ¡Oh Médico eterno, sanad a este miserable! ¡Oh Rey de reyes, vestid a este desnudo!

¡Oh mediador entre Dios y los hombres, reconciliad a este reo! ¡Oh buen Pastor, acoged a esta oveja descarriada! Otorgad, Dios mío, perdón a este criminal, indulgencia a este impío y la unción de vuestra gracia a esta endurecida voluntad. ¡Oh clementísimo Señor!, llamad a vuestro seno a este fugitivo, atraed a este resistente, levantad al que está caído y una vez levantado sostenedle y guiad sus pasos. No olvidéis, Señor, a quien os ha olvidado, no abandonéis a quien os abandonó, no desechéis a quien os desechó y perdonad en el cielo a quien os ofendió en la tierra. Amén.

Tomás de Aquino

Oración a la Santísima Virgen

¡Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, océano de bondad, Hija del Rey soberano, Reina delos ángeles y Madre del Común Criador! Yo me arrojo confiado en el seno de vuestra misericordia y ternura, encomendándoos mi cuerpo, mi alma, mis pensamientos, mis deseos, mis afectos y mi vida entera, para que por vuestro auxilio camine yo siempre hacia el bien según la voluntad de vuestro amado Hijo, N.S. Jesucristo. Amén.

Séptimo Dia: Naturaleza de la Virginidad

No hay entre las virtudes cristianas, una más hermosa y resplandeciente que la santa virginidad mediante la cual, como enseña San Agustín, se consagra y se ofrece al Señor por una continencia laudable la integridad de la carne.

Así como una planta se dice que está verde y lozana, cuando la abundancia del calor no agosta ni marchita su savia, así se llama virgen a una persona dedicada de todo en todo a su Dios, se ve libre del calor de las pasiones y del fuego de la concupiscencia; por lo cual dice San Ambrosio que en la razón de la virginidad va envuelto el concepto de limpieza absoluta y el hallarse el alma libre de la corrupción de los sentidos, siendo de esencia de esta celestial virtud el que vaya acompañada de un propósito firme y perpetuo de abstenerse de la inmundicia de la sensualidad.

Este propósito del alma inocente y pura, tiene por objetivo el poder dedicarse con más holgura a la meditación de Dios y de sus excelencias que no pueden ser comprendidas por un corazón engolfado en los deleites carnales o cuando menos no desprendido por completo de la carne y de sus apetitos. Por eso la virginidad es, como dice San Ambrosio, una virtud principal y más excelente que la misma castidad y que el pudor, ya que éstas miran a reprimir los actos ilícitos de la concupiscencia, y la virginidad remontándose con alas de nieve y de oro a más diáfanas y hermosas regiones, evita todo movimiento de la sensualidad y uniendo al alma con los ángeles, la desprende del lodo y dela corrupción de la tierra descubriendo horizontes llenos de luz, paraísos de purísimos deleites y de inefables sonrisas donde el Esposo gusta de morar entre lirios y azucenas.

Así eleva al alma la virginidad y la reviste de fortaleza divina para resistir a los embates de las pasiones haciéndola hija predilecta del cielo y compañera de los ángeles.

EJEMPLO

Estuvo el Doctor angélico tan prendado del estado religioso y tan enamorado de la virginidad que en él se observa, que no bastaron los fieros ataques promovidos por el mundo, demonio y carne para hacerle desistir de su empresa. Religioso y religioso vestido de blanquísimo hábito símbolo de inocencia y candor fue Santo Tomás de Aquino; y con haberse abrazado con la vida pobre, mortificada y oculta en Jesús, el aroma de su pureza sin mancha y el brillo de su ciencia celestial descubrieron sus tesoros y dieron nombre y fama sin segundo al Ángel de las Escuelas.

Si el Santo Doctor hubiese cedido a los ruegos de su familia y hubiese caído imprudente en el lazo que el demonio y la carne hechos últimos de potencia, le tendieron con maña y astucia infernal, quizá el nombre del Salomón cristiano hubiera quedado oscurecido en las sombras de la vulgaridad o sería uno de tantos Condes o guerreros de la Edad Media donde la nobleza y la valentía fueron proverbiales y por lo mismo fueron relativamente pocos los que eternizaron su memoria en las generaciones.

Pero Santo Tomás no se dejó seducir por los halagos ni por las amenazas, siguió la voz de Dios a pesar de los obstáculos más difíciles de vencer, fue virgen y religioso, y Dios en premio de la inocencia y del heroismo de Tomás, se encargó de glorificar su memoria y el nombre de gigantesco fraile dominico no tiene apenas rival en los anales del mundo y en los archivos de las bibliotecas.

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Así honra el cielo a sus Santos, y así honraría a multitud de jóvenes si en vez de seguir incautos y atolondrados o aviesos y con perfidia, la voz de las pasiones y los instintos de la concupiscencia, obedeciesen a Dios y siguiesen sus preceptos, no ya abandonando el mundo é ingresando en un monasterio, que no es de todos esta gracia ni a todos se concede la fuerza de voluntad necesaria, pero sí a lo menos, guardando con solicitud filial la ley santa del Señor y atendiendo a la prudencia de la razón más bien que a la arbitrariedad de los sentidos.

(Ahora pídase la gracia especial que se quiera conseguir y luego rézense tres Padrenuestros y Avemarías con su Gloria Patri en reverencia de la humildad, sabiduría y pureza angelical de Santo Tomás de Aquino).

Antífona

¡Oh Santo Tomás, gloria y honor de la Orden de Predicadores! Transpórtanos a la contemplación de las cosas celestiales, tú que fuisteis maestro soberano de los sagrados misterios.

V. Ruega por nosotros, Santo Tomás.

R. Para que nos hagamos dignos de las promesas de Jesucristo.

Oración final

Gracias, os doy, Señor Dios mío, y Padre de misericordias, porque os habéis dignado admitirme, a mí pobre pecador e indigno siervo vuestro, a la participación gratuita de vuestra gracia en el secreto de la oración. Yo os ruego que esta comunicación de mi alma con Vos no sea castigo de mis culpas, sino prenda segura del perdón de mis ofensas, armadura finísima de la fe y escudo invulnerable de mi corazón.

Concededme la remisión de mis faltas, el exterminio de la concupiscencia y de la sensualidad, el aumento de la caridad, de la humildad, de la paciencia, de la obediencia y de todas las virtudes; defendedme de las asechanzas visibles e invisibles de los enemigos; dadme el sosiego inefable de mis apetitos y de todos mis afectos para que así pueda unirme mejor a Vos que sois mi felicidad y descanso. Suplico también.

Dios mío, que después de mi muerte, os dignéis admitirme a la Pascua celestial y al convite divino donde Vos en unión del Hijo y del Espíritu Santo, sois luz verdadera, abundancia perfecta, gozo sempiterno, alegría consumada y felicidad sin medida. Amén.

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