Postrada a vuestros pies,
gran reina del cielo,
yo os venero con el más profundo respeto
y confieso que sois Hija de Dios Padre,
Madre del Verbo Divino,
Esposa del Espíritu Santo.
Sois la tesorera y la distribuidora
de las divinas misericordias.
Por eso os llamamos
Madre de la divina Piedad.
Yo me encuentro en la aflicción
y la angustia.
Dignaos mostrarme
que me amáis de verdad.
Os pido igualmente que roguéis
con fervor a la Santísima Trinidad
para que nos conceda la gracia
de vencer siempre al demonio,
al mundo y las malas pasiones;
gracia eficaz que santifica a los justos,
convierte a los pecadores,
destruye las herejías,
ilumina a los infieles
y conduce los judíos a la verdadera fe.
Obtenednos que el mundo entero
forme un solo pueblo y una sola Iglesia.
Amén.
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