En Roma, a poquísimos pasos del Tíber, se encuentra un tesoro que pocos romanos (y no solo ellos) conocen: estamos hablando de una de las basílicas más importantes de la cristiandad. Este hermoso lugar alberga en su interior majestuosos mosaicos, tumbas apostólicas y símbolos ocultos que se esconden entre las silenciosas naves.
Un coloso sin tiempo: en Roma no solo está la basílica de San Pedro, que acoge el palacio apostólico rodeado por los muros vaticanos. La otra gran obra arquitectónica cristiana es la dedicada al Apóstol de los gentiles, aquel que llevó la nueva religión por todos los rincones del mundo. Hablamos de la basílica de San Pablo Extramuros, un verdadero “gigante silencioso” que acoge fieles de todo el mundo desde hace más de 1600 años. Un pilar del cristianismo, aún poco conocido en comparación con San Pedro. La basílica fue fundada por el emperador Constantino en el siglo IV d.C., precisamente en el lugar de sepultura del Apóstol Pablo. Su imponente arquitectura ha resistido muchas calamidades, como el devastador incendio de principios del siglo XIX. Tras una restauración, la basílica de San Pablo Extramuros sigue contando una historia milenaria hecha de fe y oración.
Según la tradición, el emperador Constantino, el célebre emperador del sueño en el cual un ángel le dijo “in hoc signo vinces” (y el signo en cuestión era precisamente la Cruz de Cristo), hizo erigir la imponente basílica sobre el lugar de sepultura de San Pablo. Según se sabe, la tumba del Santo, visible a través de una urna, se encuentra bajo el altar papal. Fue a inicios de los años 2000 cuando, tras unas obras, se redescubrió el sarcófago que hoy podemos contemplar, ante el cual cualquier creyente puede detenerse a orar. Aunque menos conocida que San Pedro, la basílica es destino de peregrinaciones de todo el mundo. Visitar este imponente y conmovedor lugar de culto significa entrar en contacto con una parte diferente de Roma, quizá menos famosa, pero igual de auténtica y rica en espiritualidad.
Entrar en contacto con esta realidad nos pone frente a un gran ejemplo de fe. La espiritualidad que se respira en la basílica está hecha de silencio, de luz, de piedra. Para percibir esa espiritualidad no se necesitan grandes ceremonias: el propio lugar nos la transmite. La fe, aquí, es una presencia constante y silenciosa que nos invita a detenernos, reflexionar y orar. En la basílica de San Pablo Extramuros, la oración no es únicamente un rito, sino una atmósfera que se respira. Ante la tumba del Apóstol de los gentiles, muchos fieles se detienen, oran, reflexionan sobre su fe. Pero no solo eso: ante el sarcófago, muchos también piensan en la gran misión que el Santo emprendió por la Iglesia y por la fe cristiana, al punto de convertirse en mártir de Cristo, verdadero testigo de la fe.
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