¿Qué significa realmente “ser luz”?
En el corazón del Evangelio, Jesús nos muestra el camino a seguir para vivir una fe auténtica, una fe que no se oculta, sino que —al igual que la luz— se manifiesta, ilumina y transforma.
Lo que Jesús expresa en el famoso “discurso de la montaña”, cuyas palabras nos transmite el Evangelio según Mateo, es un pensamiento muy profundo y de gran valor espiritual. En el centro de este mensaje, Jesús coloca la actitud de todos aquellos que desean seguirlo, animándolos a “ser luz”. Se trata de una afirmación que encierra una invitación solemne por parte de Cristo. Lo curioso es que Jesús no dirige su mensaje a una élite religiosa, ni a filósofos ni a personas extraordinarias. El público que recibe el mensaje de Cristo está formado por personas comunes. A ellos, precisamente, Jesús confía la tarea de convertirse en “luz”. Pero Jesús da indicaciones muy precisas: esta luz no debe reflejarse pasivamente, ni debe simplemente buscarse. Cada persona debe “hacerse” luz, de manera activa.
Aún hoy, el mensaje que Jesús dejó sobre la luz sigue siendo revolucionario. Leamos nuevamente sus palabras para profundizar en esta reflexión:
“Ustedes son la luz del mundo; no se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de una montaña, ni se enciende una lámpara para ponerla debajo de una vasija, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Así debe brillar su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (fuente: Evangelio de Mateo).
Al trasladar estas palabras a la sociedad actual, nos damos cuenta de que Cristo nos propone exactamente lo contrario de lo que generalmente se piensa. De hecho, en la cultura de hoy, la fe suele considerarse algo privado, que debe guardarse en silencio en el corazón. Jesús revierte esta visión.
Jesús habla de visibilidad, de testimonio concreto de la fe. En resumen, habla de una fe que no debe ocultarse de ninguna manera. En sus palabras queda claro que una lámpara no debe colocarse debajo de una vasija, sino sobre el candelero. La luz está hecha para iluminar, por lo tanto, debe ser expuesta. Del mismo modo, los fieles, al hacerse luz, deben salir al mundo para testimoniarla con el corazón. La comparación con la ciudad se vuelve, en este sentido, emblemática. Cristo usa la metáfora de una ciudad situada en lo alto de un monte, que no puede esconderse. En la antigüedad, las ciudades fortificadas se construían en lo alto precisamente para estar protegidas y también para ser visibles, no ocultas. En las palabras de Jesús hay un “desafío” para el mundo de hoy. En nuestros tiempos, el individualismo predomina cada vez más, y Jesús nos pide ser claros, coherentes y luminosos, tal como lo pidió en su tiempo a sus discípulos. La luz es verdad, y sin ella no es posible un mundo justo. Por eso, cada creyente está llamado no solo a mirar la luz, sino a hacerse luz, en el mundo y para el mundo.
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