Hay algo que cada día llama a nuestra puerta, y lo hace precisamente de la mano del diablo. El Papa Francisco ha desenmascarado todo esto con palabras sencillas y nos enseña a evitarlo, emprendiendo un camino sorprendentemente luminoso.
Lo que en su momento lanzó el Papa Francisco es una advertencia dirigida a todos. No debemos ceder, nunca, al pesimismo. No podemos permitirnos caer en esa amargura que cada día el diablo nos pone delante, ofreciéndonoslo todo en bandeja de plata. El Pontífice, predecesor del Papa León XIV, que permanece en el corazón de todos los fieles (y no solo), nos deja esta enseñanza con pocas y sencillas palabras. El mensaje que el Papa nos ha dejado, como un don preciosísimo, se dirige a la interioridad de cada persona, creyente o no. En una simple frase, entre las más célebres de su pontificado, Francisco deja claro un punto fundamental: el de nuestras intenciones. Pero atención, esta es una frase que debe leerse o escucharse con mucho espíritu de reflexión, porque golpea directamente el alma, el corazón de cada uno.
Vivimos en una época marcada por la fragilidad. Las crisis de todo tipo, desde la económica hasta las guerras y las sociales, se entrelazan con las crisis interiores de cada uno. En este clima de incertidumbre, el diablo sabe bien cómo atacar y nos ofrece, a diario, aquello a lo que debemos prestar atención, porque basta con un poco de fragilidad y poca reflexión para caer en la tentación. La reflexión de Papa Francisco, en este sentido, es esencial: “No cedamos al pesimismo. No caigamos en esa amargura que el diablo nos ofrece cada día” (fuente: pensamientos de Papa Francisco). Con pocas y sencillas palabras, el Papa, hoy predecesor de Prevost, fue al centro de la cuestión. No se trata solo de un discurso espiritual: Francisco toca una herida cultural de nuestro tiempo, como es el cinismo cada vez más extendido, la desconfianza en las instituciones y la sospecha hacia los demás.
Entonces, se vuelve necesario hablar de esperanza. El Papa nos enseña que, en este clima, el riesgo es que la esperanza sea arrasada y reducida a una mera ilusión. Sin embargo, para Francisco es exactamente lo contrario. Esperar es un acto completamente revolucionario en este contexto. Se trata de una elección consciente. La conciencia está precisamente en no dejar que nos roben la alegría, para poder construir el camino de la luz. Por lo tanto, debemos saber resistir a lo que, día tras día, el diablo intenta ofrecernos. Se trata de una resistencia mansa, pero al mismo tiempo fuerte, porque se une a la lógica del rechazo de la queja. No debemos dejarnos robar la esperanza: esta frase adquiere un valor enorme. Y además hay una dimensión colectiva en su enseñanza.
La sociedad y el contexto muchas veces tienden a alimentar el individualismo y la competencia. Elegir la esperanza, en cambio, se convierte en un gesto de contradicción frente a todo esto. El ciudadano que cuida del bien común, el voluntario que dona su tiempo en silencio, son todos ejemplos de esperanza y del camino que el Pontífice nos propone. Así es como el Evangelio se encarna en cada uno: no en los grandes discursos, sino en los gestos simples, que acogen la esperanza.
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