Hay un pensamiento, sencillo y profundo, que Santa Teresa de Lisieux dejó como herencia a todos los cristianos.
Una reflexión que, aunque nació entre los muros silenciosos de un Carmelo, toca el corazón de nuestra época inquieta.
La enseñanza de Santa Teresa de Lisieux sobre el tema de los bienes materiales resulta ser fundamental para cada uno de nosotros.
El corazón de su pensamiento se centra en el hecho de que no debemos apegarnos a nada, ni siquiera a las cosas “simples e inocentes”.
A primera vista, estas palabras pueden parecer exageradas.
¿Cómo puede estar mal encariñarse con algo sencillo, bello, bueno?
Y sin embargo, para Santa Teresa de Lisieux, no se trata de alejarse de la creación, sino de advertirnos sobre un error sutil: creer que algo pasajero puede llenar el deseo profundo del corazón humano.
La paradoja está justamente aquí: es soltando que se recibe todo.
La época en la que vivimos, como es sabido, es la del poseer y controlar.
La enseñanza de la Santa va contracorriente.
Objetos, relaciones, afectos: todo se nos presenta como algo que hay que “aferrar con fuerza”.
Pero Teresa comprende lo que muchos ignoran incluso después de toda una vida: todo apego, incluso el más inocente, contiene en sí mismo la semilla de la decepción.
La realidad es frágil, las personas cambian, las situaciones se escapan.
Nada está garantizado, y precisamente por eso, nos recuerda la Santa, es peligroso confiar en lo efímero.
Su pensamiento se concentra luego en el vacío.
Pero antes de analizarlo, leamos y reflexionemos juntos sobre sus palabras.
La Santa nos recuerda que:
“En la tierra no hay que apegarse a nada, ni siquiera a las cosas más sencillas e inocentes, porque nos faltan cuando menos lo esperamos. Sólo lo eterno puede satisfacernos”
(fuente: pensamientos de Santa Teresa de Lisieux).
Cuando algo nos es quitado, sentimos una especie de “vacío”.
Es un dolor que muchas veces intentamos llenar rápidamente con otra cosa.
Pero Santa Teresita nos invita a permanecer en ese vacío.
¿La razón? Porque es allí donde puede entrar lo eterno.
Cuando dejamos de apretar los puños para retener, podemos abrir las manos para recibir.
Y lo eterno, para Teresa, tiene un rostro claro: es el Amor de Dios, el único capaz de no faltar jamás.
En este sentido, se inserta el corazón palpitante de la espiritualidad de Santa Teresita, el camino a seguir, que ella amaba llamar “el caminito”.
Se trata de una espiritualidad hecha de sencillez, confianza y abandono.
Es un programa para almas pequeñas, que no se aferran a nada y saben recibirlo todo.
En esto radica la verdadera fuerza de su mensaje: no en el rechazo del mundo, sino en el amor libre, que sabe perder para reencontrar.
Un pensamiento que consuela, incluso cuando nos faltan las cosas más queridas.
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