En el Evangelio del día 15 de julio encontramos un mensaje incómodo pero necesario que nos interpela. Jesús alza la voz contra la indiferencia espiritual: un llamado que atraviesa los siglos y llega hasta nosotros.
Con el Evangelio del día 15 de julio, nos encontramos ante un pasaje especialmente incisivo de la predicación de Jesús.
Sus palabras no son reconfortantes ni complacientes, sino cargadas de urgencia y verdad.
En ellas se percibe una profunda pasión por el destino del ser humano y un ardiente deseo de conversión.
Es un texto que interpela, sacude y llama a un sincero examen de conciencia.
Antes incluso de entrar en el contenido, el Evangelio nos prepara para escuchar no solo con los oídos, sino con el corazón:
porque detrás de cada palabra de Cristo hay siempre una invitación a la vida.
En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes,
hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de saco y ceniza.
Pues bien, les digo: en el día del juicio, Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás elevada hasta el cielo? ¡Hasta el infierno serás precipitada!
Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, hoy todavía existiría.
Por eso te digo que en el día del juicio, la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tú.»
Lo que Cristo ofrece no es una amable invitación ni, mucho menos, una exhortación ligera.
Es, más bien, un verdadero grito de dolor y de denuncia contra las ciudades que vieron los signos del Reino pero permanecieron insensibles.
Corazín, Betsaida, Cafarnaúm: tres lugares testigos de milagros, de palabras vivas, de la presencia divina… y sin embargo, incapaces de una verdadera conversión.
La denuncia es fuerte y muy clara: ciudades paganas como Tiro, Sidón e incluso la bíblica Sodoma habrían estado más dispuestas al arrepentimiento.
El Señor Jesús nos deja además una enseñanza fundamental:
el riesgo de acostumbrarse, para quienes están “cerca de las cosas de Dios”, es grande.
Por eso, nos enseña Jesús, quien recibe más también tiene mayor responsabilidad.
Jesús habla del “día del juicio” no para asustarnos, sino para despertar nuestras almas.
Es un llamado a la verdad.
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