Con el Evangelio del día 19 de julio, todos estamos llamados a detenernos en silencio ante la figura de Jesús, manso y humilde de corazón, que actúa sin alarde pero con una fuerza que cambia el mundo.
El ministerio público de Jesús llega a uno de sus momentos cruciales con el Evangelio del día 19 de julio. La tensión entre el Señor y los fariseos se manifiesta ya como palpable: su predicación, los milagros, la misericordia hacia los pecadores… todo esto provoca no solo admiración, sino también hostilidad. Jesús nos ha enseñado, con palabras y hechos, que no es simplemente un maestro entre otros: es una voz fuera del coro, una presencia que cuestiona estructuras consolidadas y seguridades religiosas. Entonces, los fariseos deciden eliminarlo. Pero Jesús no responde con violencia: se retira. No por miedo, sino por fidelidad a su misión.
Del Evangelio según San Mateo, Mt 12,14-21
En aquel tiempo, los fariseos salieron y se confabularon contra Jesús para acabar con Él. Pero Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Muchos lo siguieron, y Él los sanó a todos, pero les ordenó que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Este es mi siervo, a quien he elegido;
mi amado, en quien se complace mi alma.
Pondré mi espíritu sobre él
y anunciará la justicia a las naciones.
No disputará ni gritará,
ni se oirá su voz en las plazas.
No quebrará la caña cascada,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que haga triunfar la justicia;
en su nombre esperarán las naciones».
Jesús no se esconde, se aleja. Con su “retirarse”, en realidad, nos ofrece una enseñanza fundamental. Jesús no busca el conflicto directo, no alza la voz en las plazas, no impone su presencia. Y sin embargo, incluso en ese momento de aparente retirada, sana a todos los que lo siguen. Su amor sigue actuando, silenciosa pero eficazmente. Es la paradoja de un Dios que salva no imponiéndose, sino proponiéndose. Cristo prefiere tocar el corazón antes que ocupar la escena.
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Sobre el Señor Jesús descansa el Espíritu, y su misión es anunciar la justicia a las naciones. Pero es una justicia diferente a la humana: no es venganza, no es condena, no es opresión. La justicia del Señor es una justicia que cura, que levanta, que salva. Jesús, el Cristo Salvador, tiene una mirada diferente: donde nosotros vemos lo frágil y destinado a acabar, Él ve algo para custodiar y levantar.
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