En el primer capítulo de la Carta a los Romanos, San Pablo ofrece una reflexión sobre el destino del hombre que rechaza a Dios. Con palabras duras y lúcidas, denuncia el alejamiento de la humanidad de la verdad divina, mostrando las consecuencias morales y espirituales de tal elección.
Las palabras que ofrece San Pablo en su Carta a los Romanos nos brindan una reflexión fundamental y, al mismo tiempo, buscan convertirse en una de las enseñanzas más importantes desde el punto de vista de la espiritualidad. Aunque podría parecerlo, las palabras del Apóstol de los gentiles no deben entenderse como si Dios castigara arbitrariamente, sino más bien como un Dios que respeta radicalmente la libertad humana.
El Santo nunca escribe en abstracto. Sus palabras nacen de una visión radical del ser humano y de su relación con Dios: una visión que interpela, sacude y obliga a tomar una posición. Para él, no existe la neutralidad ante la verdad: cada elección, cada orientación de vida tiene una dirección y una consecuencia.
Leamos las palabras de San Pablo, expresadas en su Carta a los Romanos, para comprender mejor su pensamiento:
“Por eso Dios los entregó a la impureza según los deseos de sus corazones, hasta deshonrar entre sí sus propios cuerpos, porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira y veneraron y adoraron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén”
(fuente: San Pablo, Carta a los Romanos).
Con palabras duras y lúcidas, denuncia el alejamiento de la humanidad de la verdad divina, mostrando las consecuencias morales y espirituales de tal elección. Lo que nos presenta el Apóstol es una invitación a reflexionar sobre lo que sucede cuando se pierde el sentido auténtico de lo divino.
Hay que reflexionar con mucha atención sobre la primera frase citada por San Pablo:
“Por eso Dios los entregó”.
A primera vista, podría parecer algo que no es. Estas palabras no deben entenderse como si Dios castigara de manera arbitraria, sino más bien como la expresión de un Dios que respeta profundamente la libertad humana.
San Pablo describe una realidad dramática: cuando el hombre elige voluntariamente alejarse de Dios, Dios lo deja ir, no porque ya no lo ame, sino porque la libertad humana implica también la posibilidad del rechazo.
La manifestación más concreta de la corrupción, según la interpretación de San Pablo, es precisamente el deshonor de los cuerpos. Cuando el hombre vive según sus propios deseos egoístas e idólatras, también el cuerpo —templo del Espíritu Santo, según la teología paulina— se convierte en instrumento de desorden.
Sin embargo, el cuerpo debería ser otra cosa: debería ser expresión de comunión. El cuerpo debe representar amor, respeto. En cambio, nos explica el Santo Apóstol, el cuerpo se reduce a objeto de consumo, deseo y posesión.
Pablo destaca una verdad antropológica: la espiritualidad del hombre influye en su corporeidad, y viceversa.
El texto del Santo es totalmente actual. Vivimos en un contexto donde se concibe la libertad como la posibilidad de hacer y tener cualquier cosa.
San Pablo revierte esta visión y nos recuerda que existe un orden divino, inscrito en la naturaleza y en la conciencia. Ignorarlo no conduce a la liberación, sino a la esclavitud del deseo.
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