Papa León XIV, en una reciente entrevista previa a su elección, habló sobre lo que para él es el futuro de la Iglesia y expresó un pensamiento profundo sobre la verdadera fuerza de la Iglesia hoy: no las estructuras, sino los testigos.
En los días previos a su elección, el entonces cardenal Robert Prevost, hoy Papa León XIV, pronunció palabras que luego adquirirían un valor profético. No hablaba de reformas organizativas ni de estrategias institucionales, sino de la Iglesia en su forma más auténtica: comunión viva de fieles, cuerpo espiritual que atraviesa las épocas con la fuerza del testimonio y del don. Para el recién elegido Pontífice, la verdadera voz de la Iglesia proviene de quienes viven el Evangelio hasta el fondo, a menudo en silencio, en el anonimato, en el sufrimiento. No son los documentos ni la burocracia los que cambian el mundo, sino la fidelidad de los testigos, a menudo ocultos a los ojos del mundo, pero luminosos a los ojos de Dios.
Para comprender mejor el pensamiento del Papa León XIV, leamos sus palabras, expresadas poco antes de subir al solio pontificio. Poco antes del Cónclave que lo llevó a la Silla de Pedro, el entonces Cardenal Prevost decía: “Pienso que hoy la voz de la Iglesia, el testimonio de la Iglesia no como institución, sino como Iglesia vivida como comunión de fieles, con los mártires, con la presencia y el testimonio de hombres y mujeres que dan su vida incluso en situaciones de violencia, guerra y conflicto, es una voz que ofrece una gran esperanza al mundo“.
Esta visión pone en el centro a una Iglesia que no domina, sino que acompaña. No se impone, sino que escucha y sirve. Es una Iglesia que ha aprendido de Cristo a llevar la Cruz del sufrimiento. El Papa, no por casualidad, habla del martirio, porque quien lo ha vivido conoce bien la Cruz del Señor, nuestro Salvador.
El núcleo de su mensaje es muy claro: quienes salvarán a la Iglesia (y al mundo) son los corazones que se dejan transformar por el Evangelio. No el poder, sino la caridad. No el prestigio, sino la humildad. El Papa León XIV nos recuerda que es precisamente allí donde el mundo no mira, es decir, en los pueblos olvidados, en las periferias existenciales, en los lugares de martirio, donde Dios continúa escribiendo la historia de la salvación. La pobreza, al mismo tiempo, no es un límite a eliminar, sino un lugar que estamos llamados a habitar. La Iglesia que vive entre los pobres, que comparte su suerte, que no se avergüenza de su fragilidad, es una Iglesia creíble a los ojos del Evangelio. No se trata solo de una opción pastoral, sino de una elección evangélica: Cristo mismo se hizo pobre.
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