El camino del hombre y de la comunidad a menudo se cruza con desafíos que parecen superar toda capacidad. Juan Pablo II nos enseña que, precisamente en esos momentos, se esconde un llamado a la esperanza y a la confianza.
El Santo Pontífice Juan Pablo II, de nombre secular Karol Wojtyła, nos ofrece un mensaje de esperanza vinculado a los momentos de dificultad que nublan nuestro camino. Las palabras del Santo se dirigen principalmente a los jóvenes, pero no exclusivamente. Con sus palabras, el Papa polaco realizó una lectura muy precisa y detallada de la espiritualidad de nuestra época. Parecen desafiar incluso nuestra capacidad de esperar. Vivimos, de hecho, en tiempos en los que los desafíos, ya sean sociales, culturales, ambientales o espirituales, adquieren dimensiones globales. Juan Pablo II reconoce esta desproporción, pero invita a no detenerse ante el desaliento inicial.
Karol Wojtyła ha recordado en varias ocasiones que el cristianismo no propone una vida cómoda, sino una vida grande. El sentido de inadecuación ante ciertas tareas no es un fracaso, sino una señal: estamos tocando algo realmente importante. Leamos las palabras de Juan Pablo II para comprender mejor su pensamiento:
«Os esperan tareas y metas que pueden parecer desproporcionadas a las fuerzas humanas. ¡No os desaniméis!» (fuente: pensamientos de Papa Juan Pablo II). El secreto está, por tanto, en las tareas y metas que, como nos enseña el Santo, son desproporcionadas respecto a la medida humana. Aquí se abre un tema fundamental, el de la espiritualidad, que trasciende lo humano. Es, de hecho, precisamente la apertura a lo trascendente, a la gracia, lo que permite abrazar aquello que, humanamente, parece imposible. Esto vale tanto en la vocación personal como en los grandes compromisos sociales: la esperanza cristiana no se basa en previsiones optimistas, sino en la presencia constante de Dios.
Entonces, uno se pregunta, ¿de dónde nace esta fuerza? La respuesta, una vez más, es simple y nos la ofrece el mismo Jesús: de la fe. No desanimarse es, en todos los efectos, una elección de fe. Juan Pablo II hablaba a menudo de la “cultura de la esperanza” como alternativa a la “cultura del límite”. El Evangelio está lleno de historias en las que hombres y mujeres, aparentemente débiles, realizan grandes obras precisamente porque confiaron. Moisés frente al Mar Rojo, María ante el ángel, Pedro sobre las aguas. Entonces, la vocación del hombre, nos recuerda el Santo Pontífice, es la de construir, de ir más allá. No es una ilusión: el no desanimarse es algo mucho más profundo, es una indicación concreta para mirar el mundo con ojos nuevos.
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