El evangelista Mateo nos presenta, con el Evangelio del día 2 de agosto, el episodio del martirio de Juan el Bautista. Es uno de los pasajes más conmovedores de toda la cristiandad. Este, de hecho, se abre con el eco de la fama de Jesús que llega a oídos de Herodes. Su reacción, aparentemente supersticiosa, es en realidad reveladora de una profunda turbación: «¡Ese es Juan el Bautista! ¡Ha resucitado de entre los muertos!». El rey no logra liberarse del sentimiento de culpa por haber hecho matar al profeta. La verdad anunciada por Juan, «¡No te es lícito tenerla contigo!», lo había confrontado con su pecado, y su reacción no fue la conversión, sino la represión. Juan se convierte así en un testigo incómodo, y precisamente por eso, necesario.
Del Evangelio según San Mateo
Mt 14,1-12
En aquel tiempo, el tetrarca Herodes oyó hablar de la fama de Jesús. Y dijo a sus cortesanos: «¡Ese es Juan el Bautista! Ha resucitado de entre los muertos, y por eso tiene el poder de hacer milagros». Herodes, en efecto, había arrestado a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel por causa de Herodías, la esposa de su hermano Felipe. Porque Juan le decía: «¡No te es lícito tenerla contigo!». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que lo consideraba un profeta. Pero cuando se celebró el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías bailó delante de todos y agradó tanto a Herodes, que prometió con juramento darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, dijo: «Dame aquí, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se entristeció, pero por el juramento y los invitados, ordenó que se le diera. Entonces mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja, se le entregó a la joven y ella la llevó a su madre. Los discípulos de Juan fueron a recoger el cuerpo, lo sepultaron y fueron a informar a Jesús.
La figura de Juan el Bautista representa coherencia, hasta el martirio. El profeta no cede a compromisos, no teme decir la verdad ni siquiera al poder. No busca su propio beneficio, ni mide las consecuencias. Su misión es preparar el camino al Señor, y por eso acepta también ser eliminado.
La figura de Herodes es, por así decirlo, trágica. Así se presenta al tirano que no actúa, como suele ocurrir, por convicción, sino por miedo. El tetrarca teme al pueblo después del arresto de Juan el Bautista. Siente temor porque la fama del Bautista es la de un profeta. Aunque desea matarlo, duda en hacerlo. Finalmente, cede no a la justicia, sino a la presión del contexto. La escena del banquete revela toda la fragilidad de su poder: un rey que, aun sabiendo lo que es justo, se deja dominar por la imagen, por el juramento hecho en público, por el deseo de agradar. Así, Herodes es prisionero de sus propios compromisos. El mal, cuando no se enfrenta, termina arrastrando en una espiral de decisiones equivocadas.
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