Con el Evangelio del día 4 de agosto nos encontramos ante uno de los episodios milagrosos más significativos, la multiplicación de los panes y los peces. En él se entrelazan temas de compasión, confianza y compartir, fundamentales para comprender el mensaje cristiano.
El relato presentado por el texto del evangelista Mateo, con el Evangelio del día 5 de agosto, nos pone ante uno de los milagros más significativos de Jesús. Tras haber sabido de la trágica muerte de Juan el Bautista, Jesús decide alejarse, retirándose a un lugar desierto. Este gesto evidencia su humanidad y la necesidad de un momento de soledad para reflexionar y orar. Sin embargo, las multitudes, atraídas por su presencia y su enseñanza, lo siguen a pie. Al llegar, Jesús no se encierra en sí mismo, sino que se muestra profundamente conmovido por la compasión hacia la multitud y se dedica a sanar a los enfermos. Aquí emerge el rostro de un Dios que no se desentiende del sufrimiento humano, sino que lo toma a pecho de manera directa y concreta.
Del Evangelio según Mateo
Mt 14,13-21
En aquel tiempo, al enterarse [de la muerte de Juan el Bautista], Jesús partió de allí en una barca y se retiró a un lugar desierto, apartado. Pero las multitudes, al saberlo, lo siguieron a pie desde las ciudades. Bajándose de la barca, vio una gran multitud, sintió compasión por ellos y sanó a sus enfermos.
Al caer la tarde, se acercaron los discípulos y le dijeron: «El lugar es desierto y ya es tarde; despide a la multitud para que vaya a los pueblos a comprarse comida». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan; vosotros mismos dadles de comer». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Y él dijo: «Tráedmelos aquí». Y, después de ordenar a la multitud que se sentara sobre la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y recogieron los pedazos sobrantes: doce cestas llenas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
El momento en que Jesús dice a la multitud «Vosotros mismos dadles de comer» es muy profundo y significativo. Este momento invita a reflexionar sobre nuestra capacidad de confiar en la providencia y de comprometernos, incluso cuando las posibilidades parecen escasas. Jesús pide, de hecho, que traigamos lo que tenemos, para bendecirlo y multiplicarlo.
Este es un Evangelio que abre muchos temas. El gesto de Jesús que alza los ojos al cielo y pronuncia la bendición es un llamado a la dimensión divina del don. No se trata solo de un acto material, sino de una bendición que transforma lo que es poco en abundancia. Este es un tema muy querido por Jesús y que se vincula, al mismo tiempo, con el de la generosidad. De hecho, la compartición de los panes y los peces entre la multitud es un símbolo de la comunidad llamada a vivir en la generosidad. El milagro culmina en que todos comen hasta saciarse y sobran incluso doce cestas llenas, signo de que la providencia divina supera toda expectativa humana.
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