Encontramos palabras fuertes y directas de Jesús, con el Evangelio del día del 23 de agosto, palabras que desenmascaran las hipocresías religiosas y abren el camino de una libertad nueva: la que nace de la humildad y del servicio.
Jesús observa a los escribas y fariseos y denuncia un peligro siempre actual: decir y no hacer, mostrar y no vivir. La lectura de hoy del Evangelio del día del 23 de agosto nos habla de humildad. Estos escribas y fariseos imponen a los demás cargas insoportables, pero no mueven un dedo para aliviarlas. Viven de imagen, buscan honores, títulos y asientos prestigiosos. Su fe se convierte en espectáculo y no en corazón. Es una advertencia para nosotros: cuántas veces también nosotros corremos el riesgo de reducir la religión a forma exterior, a reglas aplicadas sin amor, olvidando que Dios mira al corazón.
Del Evangelio según San Mateo
Mt 23,1-12
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la multitud y a sus discípulos diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Practiquen y observen todo lo que les digan, pero no actúen según sus obras, porque ellos dicen y no hacen. Atan, en efecto, cargas pesadas y difíciles de llevar y las ponen sobre los hombros de la gente, pero ellos no quieren moverlas ni con un dedo.
Todas sus obras las hacen para ser admirados por la gente: ensanchan sus filacterias y alargan las franjas; se complacen en los puestos de honor en los banquetes, en los primeros asientos en las sinagogas, en los saludos en las plazas, así como en ser llamados “rabí” por la gente.
Pero ustedes no se hagan llamar “rabí”, porque uno solo es su Maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, porque uno solo es su Padre, el celestial. Y no se hagan llamar “guías”, porque uno solo es su Guía, el Cristo.
El que entre ustedes sea más grande, será su servidor; el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado».
El Evangelio del día del 23 de agosto nos recuerda que nuestra verdadera identidad nace de ser hermanos y hermanas, no dueños ni superiores. Jesús nos dice: uno solo es el Maestro, uno solo es el Padre, una sola es la Guía. Todo se concentra en Dios y en Cristo. No hay espacio para el culto de la personalidad, para el protagonismo que pone el yo en el centro. La Iglesia no es un escenario de títulos, sino una familia de hijos que miran al mismo Padre y siguen al único Señor.
Las palabras de Jesús se hacen tajantes y consoladoras al mismo tiempo: «El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado». No es una invitación a la falsa modestia, sino a la verdad. La humildad no es empequeñecerse, sino reconocer que todo es don y que la grandeza está en servir. Es el camino que el mismo Jesús recorrió, abajándose hasta lavar los pies de sus discípulos. Y solo quien sirve conoce la verdadera libertad, la que no depende de los aplausos de los hombres, sino de la mirada de Dios.
El Evangelio del día del 23 de agosto nos provoca a elegir entre dos lógicas: vivir para aparentar o vivir para servir. La primera ilusiona, pero deja vacíos; la segunda cuesta, pero llena de sentido. Cada día estamos llamados a decidir de qué lado estar. La humildad no es una virtud opcional, sino el camino que nos hace semejantes a Cristo y nos abre a su Reino.
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