El Evangelio del día del 28 de agosto nos pone ante una invitación fundamental: vigilar. No se trata solo de una espera pasiva, sino de una vigilancia viva y responsable, que orienta la vida cotidiana y prepara el corazón para el encuentro con el Señor.
Jesús, como leemos en el Evangelio del día del 28 de agosto, invita a los discípulos – y con ellos a cada uno de nosotros – a vigilar, porque no conocemos ni el día ni la hora. Es un llamado que no busca infundir miedo, sino despertar conciencias adormecidas. El riesgo es vivir en la ilusión de que siempre hay tiempo, postergando decisiones importantes y aplazando la conversión. Pero la vida no es infinita: cada día se convierte en una ocasión preciosa para vivir con responsabilidad y amor.
Del Evangelio según San Mateo
Mt 24,42-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Vigilad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Entended esto: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría que le abrieran un boquete en su casa. Por eso también vosotros estad preparados, porque a la hora que no imagináis, vendrá el Hijo del hombre.
¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su debido tiempo? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre obrando así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel siervo malvado dijera en su corazón: “Mi señor tarda”, y empezara a golpear a sus compañeros y a comer y beber con los borrachos, el señor de aquel siervo vendrá el día que no espera y a la hora que no sabe, lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas: allí será el llanto y el rechinar de dientes».
La parábola propuesta por Jesús describe dos actitudes opuestas. Por un lado está el siervo fiel y prudente, que vive en una espera activa, continuando con cuidado la tarea que se le ha confiado. No sabe cuándo volverá el señor, pero no por ello se abandona: permanece vigilante, perseverante, coherente. El Evangelio del día del 28 de agosto nos muestra que este siervo es quien custodia la fe en lo cotidiano. Cada gesto de amor y de servicio es ya una respuesta a Dios.
Por otro lado, está el siervo malvado que, convencido del retraso del señor, se entrega al egoísmo y a la violencia. No vigila, no sirve, no ama: piensa solo en sí mismo. Su error no es tanto el pecado en sí, sino la presunción de tener tiempo infinito, la ilusión de poder aplazar indefinidamente la fidelidad. Pero el regreso del señor es repentino: así será para el encuentro con el Hijo del hombre.
El Evangelio del día del 28 de agosto nos provoca: vigilar significa vivir con el corazón despierto, sin adormecerse en la indiferencia o en la costumbre. No sabemos cuándo vendrá el Señor, pero podemos prepararnos cada día con la oración, con el amor concreto hacia los demás, con la fidelidad silenciosa a nuestra misión. Es una invitación no a temer, sino a desear: la espera se convierte en esperanza, porque cada día puede ser el encuentro con Él.
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