El pensamiento de Santa Teresa de Lisieux nos invita a mirar más allá de las cosas del mundo, incluso de las más simples y aparentemente inocentes, para descubrir que solo lo eterno puede realmente saciar el corazón humano.
Santa Teresa de Lisieux dejó a la Iglesia y al mundo un tesoro de espiritualidad simple y profunda. Entre sus pensamientos más incisivos encontramos la exhortación a no apegarse a nada en la tierra, ni siquiera a lo que parece bueno e inocente. Para Teresa, cada criatura y cada bien material, aunque sea don de Dios, sigue siendo limitado y frágil: puede faltar de un momento a otro. Solo Dios, el Eterno, nunca decepciona y permanece para siempre.
Mirando la vida cotidiana, nos damos cuenta de que la verdad de la joven Santa es sorprendentemente actual. Sus palabras nos ayudan a comprender mejor su significado: “En la tierra no hay que apegarse a nada, ni siquiera a las cosas más simples e inocentes, porque nos faltan cuando menos lo pensamos. No hay más que lo eterno que nos puede contentar” (fuente: pensamientos de Santa Teresa de Lisieux). ¿Cuántas veces, de hecho, ponemos nuestra seguridad en personas, objetos, situaciones que creemos estables, y de repente nos faltan? La pérdida de un trabajo, el fin de una amistad, la enfermedad o un cambio repentino nos recuerdan que nada es realmente permanente. Teresa, con su sensibilidad espiritual, había comprendido que cada apego terreno trae inevitablemente consigo una forma de dolor.
El desapego de las cosas terrenas no significa desprecio del mundo o rechazo de las realidades humanas, sino aprender a usarlas sin poseerlas, a disfrutarlas sin convertirse en esclavos de ellas. Santa Teresa de Lisieux sabía bien que solo un corazón libre puede amar verdaderamente. Cuando nos liberamos de la necesidad de retener lo que nos es querido, aprendemos a vivir con gratitud y a abrirnos a un amor más grande, que no teme la pérdida. Esta actitud hace el corazón disponible a Dios y capaz de una alegría más profunda y duradera.
Teresa afirma con fuerza: “No hay más que lo eterno que nos puede contentar”. En estas palabras resuena la experiencia de quien ha descubierto que toda felicidad humana, aunque bella, sigue siendo incompleta. Solo Dios, amor eterno, colma plenamente la sed de infinito que habita en el corazón del hombre. La joven carmelita no habla por teoría, sino por experiencia: en su breve vida, marcada por sufrimientos y pruebas interiores, experimentó que la única verdadera paz nace de confiarse totalmente a Cristo.
En un mundo dominado por el consumismo y la ansiedad de poseer siempre más, la voz de Santa Teresa de Lisieux es más actual que nunca. Nos recuerda que no estamos definidos por lo que tenemos, sino por lo que somos delante de Dios. Las cosas, incluso las más buenas, pasan; el amor de Dios permanece. Esta perspectiva no quita valor a la vida cotidiana, sino que la ilumina: cada gesto, cada relación, cada bien material puede convertirse en ocasión de amor, siempre que no se convierta en ídolo.
El mensaje de Teresa no es una invitación a la renuncia amarga, sino a la confianza gozosa. Saber que lo eterno nos espera libera de los miedos y nos permite vivir con ligereza evangélica. No es necesario eliminarlo todo, sino aprender a vivir cada cosa como don que remite a Dios. Santa Teresa de Lisieux nos invita así a trasladar la mirada: de lo provisional a lo eterno, de lo frágil a lo inmutable, de lo que pasa a Aquel que permanece para siempre.
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