Evangelio del día, 1 de septiembre: la profecía de Jesús
Con el Evangelio del día del 1 de septiembre nos encontramos en Nazaret, entre los muros de la sinagoga donde Jesús había crecido. Allí, delante de sus paisanos, el Maestro proclama palabras decisivas que resuenan todavía hoy: anuncio de salvación, libertad y curación.
Evangelio del día, 1 de septiembre – LaluzdeMaria
El relato de Lucas, que nos dirige al Evangelio del día del 1 de septiembre, nos presenta a Jesús que lee al profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí». No es solo una cita antigua, sino la revelación de su identidad y de su misión. El Mesías no viene con poder político o fuerza militar, sino para llevar a los pobres la buena noticia, liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos, levantar a los oprimidos. En pocas líneas se encierra la fuerza revolucionaria del Evangelio.
Evangelio del día, 1 de septiembre: el escándalo de la cercanía
Del Evangelio según San Lucas Lc 4,16-30
En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre, en sábado entró en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías; desenrolló el rollo y encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor».
Enrolló el rollo, lo devolvió al ayudante y se sentó. En la sinagoga, los ojos de todos estaban fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que ustedes acaban de oír».
Todos daban testimonio de él y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero él les respondió: «Seguramente ustedes me citarán este proverbio: “Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu patria”».
Luego añadió:
«En verdad les digo: ningún profeta es bien aceptado en su patria. Y en verdad les digo: había muchas viudas en Israel en tiempo de Elías, cuando el cielo fue cerrado durante tres años y seis meses y hubo una gran hambruna en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda en Sarepta de Sidón. Había muchos leprosos en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue purificado, sino Naamán, el sirio».
Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, siguió su camino.
Al inicio la gente queda impresionada: “palabras de gracia” brotan de los labios de Jesús. Pero enseguida surge la duda: «¿No es este el hijo de José?». Es el escándalo de la cercanía: cuando Dios se manifiesta en el rostro cotidiano de quien conocemos, corremos el riesgo de no reconocerlo. Es más fácil aceptar a un profeta lejano que dejarse interpelar por uno que vive al lado.
Ningún profeta es bien aceptado
Jesús no se deja atrapar por las expectativas de quienes quisieran milagros espectaculares “en su patria”. Recuerda dos episodios bíblicos provocadores: la viuda de Sarepta, extranjera, y Naamán el sirio, también pagano. Con estas imágenes afirma que el amor de Dios no tiene fronteras, no es posesión exclusiva de un pueblo o de una ciudad. La salvación supera los muros, alcanza a quien esté dispuesto a acogerla.
La reacción y el camino
Las palabras de Jesús no dejan indiferentes: suscitan indignación, hasta el punto de empujar a sus conciudadanos a querer eliminarlo. Pero Él no se detiene. Pasando en medio de ellos, retoma el camino. Es la imagen de un Dios que no se deja bloquear por el rechazo, que sigue adelante llevando la luz del Reino. Este Evangelio nos pone frente a una elección: dejarnos sorprender por el anuncio de Jesús o cerrarnos en el escándalo y en el rechazo. También nosotros podemos ser ciegos ante su presencia en los pequeños, en los pobres, en los últimos. La palabra de hoy nos invita a reconocer a Cristo que viene a nuestro encuentro en la vida de cada día, para abrirnos a una esperanza que libera y transforma.