Con el Evangelio del día del 2 de septiembre nos encontramos en Cafarnaúm, en la sinagoga, donde Jesús habla y actúa con una fuerza que sorprende a todos. Sus palabras no son como las de los demás maestros: tienen autoridad, liberan, sanan.
El Evangelio del día del 2 de septiembre nos cuenta de una multitud que escucha a Jesús y queda maravillada. No es tanto el contenido de sus discursos lo que impacta, sino su persona: en Él palabra y vida coinciden. No habla “de Dios” como si estuviera distante, sino que habla “con Dios” porque de Él viene. Esta es la autoridad de Jesús: no una doctrina aprendida, sino la verdad vivida.
Del Evangelio según San Lucas
Lc 4,31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y en sábado enseñaba a la gente. Estaban asombrados de su enseñanza porque su palabra tenía autoridad.
En la sinagoga había un hombre poseído por un demonio impuro; comenzó a gritar fuerte: «¡Basta! ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios».
Jesús le ordenó severamente: «¡Cállate! Sal de él». Y el demonio lo arrojó al suelo en medio de la gente y salió de él, sin hacerle ningún daño.
Todos quedaron sobrecogidos y se decían unos a otros: «¿Qué palabra es ésta, que manda con autoridad y poder a los espíritus impuros y ellos salen?». Y su fama se difundía por todos los lugares de la región circundante.
Dentro de la sinagoga se presenta un hombre poseído por un espíritu impuro. El mal no permanece oculto, se agita y protesta ante Jesús: «¿Has venido a destruirnos?». Es el grito de quien sabe que ha perdido el dominio sobre el hombre. Jesús no discute con el demonio, no dialoga con el mal: manda. Y su palabra es eficaz, libera al hombre, lo devuelve a sí mismo. Aquí vemos que el poder de Cristo no es destruir a la persona, sino liberarla de las cadenas que la oprimen.
Todos quedan llenos de temor y se interrogan: «¿Qué palabra es ésta?». La autoridad de Jesús no genera esclavitud, sino asombro. Es una fuerza que no se impone con violencia, sino con la verdad. Su fama se difunde, no porque busque consenso, sino porque la vida renace donde Él pasa.
Este Evangelio nos recuerda que la palabra de Jesús tiene aún hoy autoridad. No es un recuerdo del pasado, sino una fuerza viva que puede liberar de los miedos, de los hábitos que aprisionan, de las sombras que sofocan. Ante el mal, pequeño o grande que sea, no estamos solos: su palabra es más fuerte que cualquier cadena.
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