Con el Evangelio del día del 4 de septiembre contemplamos la escena de la pesca milagrosa: una noche de fatiga sin resultados se transforma, gracias a la palabra de Jesús, en un signo de abundancia y de confianza. Es un relato que habla de fe, misión y conversión del corazón.
El lugar al que nos lleva el Evangelio del día del 4 de septiembre es el lago de Genesaret. Los pescadores, después de una noche de trabajo, vuelven con las manos vacías. Cuántas veces también nosotros experimentamos la misma sensación: esfuerzo, sacrificios que no dan fruto. Es el cansancio del hombre que, aun dando lo mejor de sí, no logra llenar el vacío interior.
Del Evangelio según San Lucas
Lc 5,1-11
En aquel tiempo, mientras la multitud se agolpaba alrededor de él para escuchar la palabra de Dios, Jesús, de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas a la orilla. Los pescadores habían bajado y lavaban las redes. Subió a una barca, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de tierra. Se sentó y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón respondió: «Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra echaré las redes». Así lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que las redes casi se rompían. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarles. Ellos vinieron y llenaron las dos barcas, de tal manera que casi se hundían.
Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús y le dijo: «Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de todos los que estaban con él, por la pesca que habían hecho; y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Y, llevadas las barcas a tierra, dejándolo todo, lo siguieron.
Jesús entra en la barca de Pedro y le pide que reme mar adentro. Es un gesto sencillo, pero lleno de significado. Pedro conoce bien el lago y sabe que no hay posibilidad de pescar de día. Sin embargo, confía: «En tu palabra echaré las redes». Aquí se cumple el paso decisivo de la fe: ya no se trata de contar solo con las propias fuerzas, sino de confiar en la palabra de Cristo.
La pesca milagrosa sorprende a todos: las barcas llenas hasta casi hundirse son el signo de la sobreabundancia de Dios. Pedro, ante ese poder, reconoce su propia fragilidad: «Señor, aléjate de mí, porque soy un pecador». Es la reacción de quien se descubre pequeño frente a la grandeza del amor divino. Y justamente allí, donde el hombre reconoce su pobreza, Dios lo llama a una misión más grande.
Jesús tranquiliza a Pedro: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ya no es tiempo de miedo, sino de confianza. Aquella pesca no es solo un milagro, sino un signo de lo que sucederá: la Iglesia naciente, que a través de la palabra de Cristo lanzará las redes en el mar del mundo. Pedro y sus compañeros lo dejan todo y lo siguen: la verdadera riqueza es estar con Él.
El Evangelio del día del 4 de septiembre nos invita a dejarnos guiar por la palabra de Jesús incluso cuando parece ilógico o inútil. Nos recuerda que nuestra vida no es estéril cuando está confiada a Él. La pesca milagrosa nos enseña que Dios puede transformar nuestro esfuerzo en abundancia, y nuestro límite en punto de partida para una misión más grande.
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