Con el Evangelio del día del 5 de septiembre nos encontramos ante una enseñanza de Jesús que nos invita a no permanecer prisioneros de las costumbres, sino a abrirnos a la novedad del Espíritu. Es el Evangelio del vino nuevo, que pide recipientes nuevos, corazones capaces de acoger el don de Dios sin miedo.
El Evangelio del día del 5 de septiembre nos presenta una escena de confrontación. Los fariseos notan que los discípulos de Jesús no ayunan como los demás, y esto se convierte en ocasión para poner a prueba al Maestro. La respuesta de Jesús sorprende: no niega el valor de la penitencia, pero la sitúa en un tiempo preciso. Mientras el Esposo está con ellos, los discípulos viven la alegría de su presencia; llegará el tiempo del ayuno, pero no ahora. Jesús muestra que la vida espiritual no está hecha de reglas rígidas, sino de un discernimiento que tiene en cuenta la presencia viva de Dios.
Del Evangelio según San Lucas
Lc 5,33-39
En aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y hacen oraciones; lo mismo hacen los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben».
Jesús les respondió: «¿Acaso pueden hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Pero vendrán días en que el esposo les será quitado: entonces, en aquellos días ayunarán».
Y les decía también una parábola: «Nadie arranca un pedazo de un vestido nuevo para ponerlo en un vestido viejo; de lo contrario, romperá el nuevo y al viejo no le quedará bien el pedazo tomado del nuevo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de lo contrario, el vino nuevo romperá los odres, se derramará y los odres se perderán. El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos. Nadie que bebe el vino viejo quiere luego el nuevo, porque dice: “¡El viejo es agradable!”».
Jesús cuenta dos imágenes sencillas y concretas. Nadie remienda un vestido viejo con tela nueva, nadie echa vino nuevo en odres viejos. Son ejemplos que hablan de incompatibilidad: no se puede forzar el Evangelio dentro de esquemas rígidos, ni reducir la novedad de Cristo a un añadido sobre lo que ya existe. El Evangelio trae una vida nueva, no un simple retoque. Es un cambio radical, que requiere corazones dispuestos a acogerlo sin resistencias.
El vino nuevo es la vida misma de Cristo, su amor entregado, la gracia que renueva. Los odres nuevos somos nosotros cuando dejamos que nuestro corazón se abra, que las viejas costumbres cedan el lugar a una mirada nueva. El riesgo, dice Jesús, es preferir el “vino viejo”, porque resulta tranquilizador, familiar, conocido. ¡Cuántas veces nos refugiamos en lo que nos resulta cómodo, rechazando la frescura del Evangelio que nos empuja a cambiar!
El Evangelio del día se convierte entonces en una invitación personal. Acoger a Cristo significa aceptar que su novedad entre en nuestras vidas, incluso cuando esto implique esfuerzo y ruptura con el pasado. No es un simple ajuste, sino una renovación profunda: nuevas elecciones, nuevas relaciones, una nueva manera de mirar a Dios y a los demás. Solo así el vino nuevo no se desperdiciará, sino que se convertirá en alegría y salvación para nosotros y para quienes encontramos.
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