La lectura del Evangelio del día del 8 de septiembre nos pone delante de la liturgia, que nos conduce a las raíces de nuestra fe: el nacimiento de María, aquella que con su “sí” hizo posible la encarnación. En estas páginas se entrelazan genealogía, historia y misterio: Dios entra en el tiempo de los hombres para habitar con nosotros.
El Evangelio de Mateo se abre con la larga genealogía de Jesús. Lo que presenta el Evangelio del día del 8 de septiembre no es una lista árida de nombres, sino una trama que revela la fidelidad de Dios. Generación tras generación, desde la obediencia de Abraham hasta el reino de David, pasando por el exilio y el regreso, todo converge hacia Cristo. En esta historia hay figuras luminosas y otras frágiles, pecadores y justos, mujeres extranjeras y situaciones difíciles: el camino de Dios hacia la humanidad pasa a través de la historia concreta, hecha de límites y de esperanzas. Es un anuncio consolador: ninguna vicisitud humana es ajena al proyecto divino.
Evangelio del día, 8 de septiembre: María, corazón de la promesa
Del Evangelio según Mateo
Mt 1,1-16.18-23
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró a Fares y Zara de Tamar, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz de Rahab, Booz engendró a Obed de Rut, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.
David engendró a Salomón de la que había sido la mujer de Urías, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Jotam, Jotam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia.
Después de la deportación a Babilonia
Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquim, Eliaquim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob, Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
Así fue engendrado Jesucristo: su madre María, estando desposada con José, antes de que convivieran se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era un hombre justo y no quería acusarla públicamente, pensó en repudiarla en secreto.
Mientras estaba considerando estas cosas, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa. Pues lo que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo; ella dará a luz un hijo y tú lo llamarás Jesús: porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: «He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo: se le dará el nombre de Emmanuel», que significa Dios con nosotros.
¿José? El hombre justo
El centro del relato es María. Mateo nos dice que de ella nació Jesús, el Cristo. No se la menciona como un simple eslabón de la genealogía, sino como seno hecho fecundo por el Espíritu. En ella la promesa se hace realidad. María no es solo una madre biológica, sino la mujer del “sí”, el lugar en el que Dios encuentra acogida. Con su nacimiento celebramos el alba de la salvación, porque en ella toma forma el designio eterno del Padre.
Junto a María está José, llamado “justo”. Su justicia no está hecha de rigor legal, sino de confianza y obediencia. Él acoge lo incomprensible y se fía de la palabra del ángel: “No temas recibir a María contigo”. En este gesto de silenciosa fidelidad, José se convierte en custodio del misterio. Él enseña que la verdadera justicia es dejar espacio a Dios, incluso cuando sus planes superan nuestra lógica.
Emmanuel: Dios con nosotros
El Evangelio se cierra con la profecía que se cumple: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel”. En este nombre está encerrado todo el misterio cristiano: Dios no está lejos, sino que viene a compartir nuestra historia. El 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María, nos recuerda algo esencial. La presencia de Dios no es una idea. Es un rostro, una carne. Es una vida que camina junto a la nuestra.
Vivir hoy esta Palabra
Celebrar el nacimiento de María significa abrirse a una esperanza nueva. Ella, pequeña criatura, se convirtió en madre del Salvador: también nuestra vida, frágil y limitada, puede convertirse en lugar en el que Dios obra. En un mundo que a menudo olvida las raíces, María nos invita a volver a lo que cuenta: la confianza de que Dios nunca abandona a su pueblo y de que su fidelidad se renueva de generación en generación.
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