Hay un encuentro inesperado a las puertas de Naín: de un lado un cortejo que acompaña a la muerte, del otro un camino que lleva consigo la vida. En medio, la mirada de Jesús que, en el Evangelio del día del 16 de septiembre, se deja tocar por el dolor de una madre y abre un horizonte de esperanza.
El pasaje del Evangelio del día del 16 de septiembre nos introduce en un cortejo fúnebre: una madre viuda llora a su único hijo. La soledad y la desesperación se abren paso entre la multitud que la acompaña. En ese momento llega Jesús, rodeado de sus discípulos y de una gran muchedumbre. Dos procesiones se encuentran: la de la muerte y la de la vida.
Evangelio del día, 16 de septiembre: la compasión de Jesús
Del Evangelio según San Lucas
Lc 7,11-17
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Se acercó y tocó el féretro; los que lo llevaban se detuvieron, y dijo: «Muchacho, a ti te digo, levántate». El muerto se incorporó y comenzó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y: «Dios ha visitado a su pueblo». Esta fama suya se extendió por toda Judea y por toda la región circundante.
No es un gesto programado, no es una demostración de poder. Jesús «se compadeció profundamente». Aquí está el corazón del Evangelio del día: la compasión no es un sentimiento pasajero, sino la fuerza que impulsa al Señor a detenerse, a tocar, a devolver. Primero dice a la madre: «No llores». Luego se dirige al joven: «Levántate». La palabra del Maestro vence a la muerte y devuelve futuro.
El don restituido
El milagro culmina en un gesto que conmueve: Jesús «lo entregó a su madre». No solo el joven recupera la vida, sino que la madre recupera la esperanza. Es una imagen de gran ternura: el Señor no se limita a devolver aliento, sino que restituye relaciones, afectos, comunidad.
Dios ha visitado a su pueblo
La multitud reacciona glorificando a Dios: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» y «Dios ha visitado a su pueblo». La compasión de Jesús no queda confinada en un milagro, sino que se convierte en signo de la presencia de Dios que se inclina sobre la humanidad herida. Es la Buena Noticia que sigue difundiéndose: Dios no está lejos, sino que entra en el dolor para transformarlo en esperanza.
El Evangelio del día nos invita a dejarnos tocar por la misma compasión. Demasiado a menudo asistimos a cortejos de sufrimiento y permanecemos como espectadores. Jesús nos muestra que el verdadero discipulado es detenerse, acercarse y devolver vida con gestos concretos de amor. Donde hay compasión, allí Dios sigue visitando a su pueblo.
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