En sus cartas, el Apóstol Pablo nos entrega imágenes poderosas de la vida cristiana. Hay una, entre ellas, que relata con extraordinaria intensidad el camino de fe, hecho de lucha, resistencia y esperanza.
San Pablo describe la vida cristiana como un recorrido que no se agota en lo cotidiano, sino que apunta a una meta mucho más grande. No se trata, en la enseñanza paulina, de un simple atravesar los días, sino de una carrera hacia la plenitud, con la mirada puesta en Cristo. La metáfora del viaje y de la competición aparece a menudo en sus cartas, para recordarnos que la existencia no es un azar, sino un camino que recorrer con empeño y confianza.
En las palabras del Apóstol Pablo, entonces Saulo de Tarso, surge la conciencia de que el cristiano está llamado a combatir una “buena batalla”. No contra enemigos de carne y hueso, sino contra lo que apaga la esperanza, debilita la fe y aleja del amor de Dios. Pablo no oculta las dificultades: persecuciones, incomprensiones, fatigas. Pero todo esto se convierte en parte de un combate que no destruye, sino que fortalece.
La imagen de la carrera era familiar al mundo grecorromano en el que vivía Pablo. Usarla significaba hablar de manera clara a todos: así como el atleta corre por una medalla que se consume, así el cristiano corre por un premio que no se marchita, la vida eterna. No se trata de una competición individualista, sino de una carrera vivida en comunidad, sosteniéndose mutuamente, animándose a lo largo del camino.
Precisamente al final de su recorrido terreno, Pablo entrega una de las frases más intensas y conmovedoras de la Escritura:
«He combatido la buena batalla, he terminado la carrera, he conservado la fe».(Fuente: San Pablo, Segunda Carta a Timoteo).
Es la síntesis de una existencia entregada enteramente a Cristo. No la victoria exterior, no los éxitos mundanos, sino la fidelidad custodiada hasta el final es lo que realmente cuenta. Para Pablo, conservar la fe significa no dejarse robar la esperanza, no extraviar la confianza en la promesa de Dios, incluso en las pruebas más duras.
Este pensamiento no pertenece solo al pasado: también nos habla a nosotros, en un tiempo marcado por carreras frenéticas y batallas interiores a menudo confusas. La invitación es a redescubrir la belleza de vivir la vida como un camino que conduce a una meta de luz. No hace falta vencer según los criterios del mundo: hace falta mantenerse firmes en la fe, día tras día. Como Pablo, cada uno de nosotros puede llegar a decir: no he vivido en vano, he custodiado lo que realmente vale.
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