El Evangelio del día del 30 de septiembre nos presenta un momento decisivo: Jesús toma la firme decisión de subir a Jerusalén. Es un camino que no se deja frenar por el rechazo y el cierre, porque su misión está guiada por el amor y no por la venganza.
La lectura del Evangelio del día del 30 de septiembre nos hace comprender cuán importante es el ministerio de Cristo en la tierra. El texto nos dice que “Jesús tomó la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén”. No es solo un viaje geográfico, sino espiritual: ir a Jerusalén significa aceptar el camino de la cruz, el don total de sí mismo. La decisión del Maestro nace de la libertad y del amor, no del cálculo ni del orgullo. Aquí se nos entrega una primera lección: seguir a Cristo significa aprender a permanecer firmes incluso cuando el camino se hace duro.
Del Evangelio según San Lucas
Lc 9,51-56
Mientras se iban cumpliendo los días en que sería elevado en lo alto, Jesús tomó la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de sí.
Ellos se pusieron en camino y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle la entrada. Pero no quisieron recibirlo, porque estaba claramente en camino hacia Jerusalén.
Cuando lo vieron, los discípulos Santiago y Juan dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y los consuma?». Él se volvió y los reprendió. Y se pusieron en camino hacia otro pueblo.
Los samaritanos se niegan a acogerlo, porque ven en Él a un peregrino que se dirige a Jerusalén, lugar de división y rivalidad. Es un rechazo que podría herir, pero Jesús no se deja bloquear. No reacciona con resentimiento ni con fuerza, sino que elige seguir hacia otro pueblo. La misión de Cristo no depende de la acogida de los hombres, sino de la fidelidad al Padre. Así nos enseña también a nosotros que la fidelidad no se mide por el éxito, sino por la perseverancia.
Santiago y Juan reaccionan con ímpetu: quisieran hacer descender fuego del cielo para consumir a los samaritanos. Es la lógica humana de la represalia, que responde al mal con más mal. Pero Jesús los reprende: su camino no es de destrucción, sino de salvación. En este gesto se revela la novedad del Evangelio: el poder de Dios no es el que aniquila, sino el que salva y transforma los corazones.
Al final, Jesús sigue “hacia otro pueblo”. Es un detalle simple, pero precioso. No se detiene a rumiar el rechazo, no se abandona a la rabia, sino que continúa caminando. También nosotros estamos llamados a hacer lo mismo: frente a los obstáculos y los cierres, el discípulo no se rinde ni se venga, sino que busca nuevos caminos para llevar la luz. La verdadera fuerza del cristiano es la paciencia que nace de la esperanza.
El Evangelio del día del 30 de septiembre nos interpela: ¿cómo reaccionamos a los rechazos, a las puertas cerradas, a las incomprensiones? La decisión de Jesús nos recuerda que el amor es más fuerte que cualquier obstáculo. No siempre recibiremos acogida, pero siempre podemos elegir caminar con Él, sin desviarnos del camino de la paz.
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