En el Evangelio del día del 13 de octubre las multitudes buscan señales, quieren pruebas tangibles del poder de Jesús. Pero Él desenmascara esta sed superficial de maravilla. No es en los fenómenos extraordinarios donde se manifiesta la salvación, sino en la capacidad de acoger la verdad que Él trae. La fe no nace del espectáculo, sino de la escucha. Jesús llama la atención a una generación que, teniendo delante al Hijo de Dios, no logra verlo.
Evangelio del día, 13 de octubre: el anuncio de Jesús
La señal de Jonás remite al profeta que, después de tres días en el vientre del pez, fue enviado a Nínive para anunciar la conversión. Así, Jesús anuncia la señal de su muerte y resurrección: tres días en el sepulcro antes de la victoria sobre la muerte. Esta es la señal que revela el corazón de Dios: un amor que desciende al abismo para levantar al hombre. No hacen falta otras señales, porque la Cruz y la Resurrección lo contienen todo.
Una conversión posible
Los habitantes de Nínive, paganos y lejanos, se convirtieron ante la predicación de Jonás. La reina del Sur viajó desde lejos para escuchar la sabiduría de Salomón. Jesús denuncia la paradoja: quien está más cerca, a menudo permanece ciego; quien está lejos, reconoce la luz. La conversión no depende de la distancia, sino de la humildad del corazón.
Uno más grande está aquí
Jesús afirma con fuerza: “Aquí hay uno más grande que Jonás, uno más grande que Salomón”. Es un llamado directo a cada generación, también a la nuestra. Él es la señal viviente del amor del Padre, la Palabra que salva, la Sabiduría hecha carne. No es necesario buscar en otro lugar: Dios ya está aquí, y solo nos pide dejarnos tocar por su presencia.
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