La escena del Evangelio del día del 29 de octubre se abre con una pregunta que toca una de las preocupaciones más profundas del ser humano: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Es la curiosidad de quien quiere conocer los límites del Reino, los criterios de la salvación. Pero Jesús no responde con números ni estadísticas: nos impulsa, en cambio, a cambiar de perspectiva. No pregunta cuántos se salvan, sino cómo se entra en la salvación. Es una invitación a no mirar a los demás, sino a mirarnos a nosotros mismos, a preguntarnos si nuestro corazón está realmente abierto a Dios.
Evangelio del día, 29 de octubre: el camino del amor y de la verdad
Del Evangelio según san Lucas
Lc 13,22-30
En aquel tiempo, Jesús pasaba enseñando por ciudades y aldeas, mientras estaba de camino hacia Jerusalén. Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Les dijo: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Cuando el dueño de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y comenzaréis a llamar a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”. Pero él os responderá: “No sé de dónde sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. Pero él os declarará: “No sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, todos los que obráis la injusticia!”. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois echados fuera. Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Y mirad: hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».
La “puerta estrecha” de la que habla Jesús no es un paso reservado a unos pocos elegidos, sino una elección cotidiana. Es el camino de la coherencia, del perdón, de la fidelidad al bien incluso cuando cuesta. Entrar por la puerta estrecha significa abandonar el orgullo y todo lo que nos pesa, para pasar ligeros al Reino. No es la dificultad la que nos salva, sino el amor que nos purifica. Jesús nos enseña que la salvación no es un premio, sino un camino: es la respuesta libre a un amor que nos precede y nos espera.
“No os conozco”: la fe que se convierte en relación
Cuando el dueño de casa cierra la puerta, muchos llaman diciendo: “Hemos comido y bebido contigo”. Pero no basta con estar exteriormente cerca de Jesús: lo que cuenta es vivir con Él una relación verdadera. La fe no es una costumbre, sino un encuentro. Podemos participar en ritos y oraciones, pero si no dejamos que el Evangelio cambie nuestra vida, permanecemos fuera de la puerta del corazón de Dios. Aquella palabra dura – “no os conozco” – es una invitación a una fe viva, hecha de amor concreto y justicia.
Los últimos que se hacen primeros
El final del Evangelio invierte toda lógica humana: “Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Es el signo de la misericordia que sorprende. En el Reino de Dios no cuenta la posición, sino la disposición del corazón. Vendrán de oriente y de occidente – dice Jesús – y se sentarán a la mesa del Padre. La salvación es para todos, pero es necesario desearla de verdad, recorriendo el camino estrecho de la humildad y del amor.
Lee también: Jubileo mariano: Roma acoge a la Virgen de Fátima