El Evangelio del día del 4 de noviembre nos habla de una invitación que no se puede posponer, de un banquete preparado con amor y desatendido por indiferencia. Jesús nos pone frente a la pregunta más simple y más urgente: ¿estamos listos para decir “sí” a su invitación?
En el Evangelio del día del 4 de noviembre, Jesús cuenta una parábola que nace de una frase aparentemente inocente: “¡Dichoso el que participe en el banquete del Reino de Dios!”. Es un deseo hermoso, pero también un riesgo de costumbre. Muchos hablan del Reino como una realidad lejana, futura, casi un sueño de consuelo. Pero Jesús cambia la perspectiva: el Reino no es un sueño, es un banquete preparado ahora. El Padre ya lo ha dispuesto todo, la mesa está servida, los lugares están listos. Solo falta una cosa: nuestra presencia.
Evangelio del día, 4 de noviembre: las excusas que cierran el corazón
Del Evangelio según san Lucas
Lc 14,15-24
En aquel tiempo, uno de los comensales, al oír esto, dijo a Jesús: «¡Dichoso el que participe en el banquete del Reino de Dios!».
Jesús le respondió: «Un hombre dio una gran cena e invitó a muchos. A la hora de la cena, envió a su siervo a decir a los invitados: “Venid, que ya está todo preparado”. Pero todos, uno tras otro, comenzaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes”. Otro dijo: “Me acabo de casar y, por tanto, no puedo ir”.
Cuando el siervo regresó, contó todo esto a su señor
Entonces el dueño de la casa, enojado, dijo a su siervo: “Sal enseguida por las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
El siervo dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, pero aún hay lugar”. Entonces el señor dijo al siervo: “Sal por los caminos y los cercados, y obliga a entrar a cuantos encuentres, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de los que fueron invitados probará mi cena”».
Los protagonistas de la parábola no son malvados: simplemente están distraídos. Cada uno tiene una buena excusa —el trabajo, los negocios, la familia—, pero en realidad esconden la verdad más amarga: no tienen tiempo para Dios. Su corazón está lleno de otras cosas. Es una imagen poderosa de nuestra vida moderna, donde los compromisos se multiplican y lo esencial se pierde. Jesús nos advierte con dulce firmeza: la invitación de Dios no puede esperar, porque cada rechazo es una pérdida de felicidad.
Los nuevos invitados
Ante los rechazos, el dueño no se rinde. Abre las puertas a quienes nadie habría imaginado ver en una fiesta: pobres, ciegos, lisiados, cojos. Es el signo de la misericordia que no se detiene, del amor que no se rinde ante el rechazo. Dios no se ofende, sino que busca nuevos corazones. Su sueño es que “la casa se llene”. Es un Dios que quiere comunión, no exclusividad. Y en su lógica divina, los lugares dejados vacíos por los distraídos se convierten en los lugares de los pequeños, de los humildes, de los pobres de espíritu.
Decir “sí” hoy
El Evangelio del día nos pide reconocer que cada día Dios nos invita a sentarnos a su mesa, no solo al final de los tiempos sino en la vida concreta: en la Palabra, en la Eucaristía, en las personas que encontramos. La verdadera fe es decir “sí” al hoy de Dios, sin aplazar. Porque cada invitación ignorada es una gracia perdida.
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