Lo que recibimos con el Evangelio del día del 8 de noviembre es una enseñanza directa y fundamental: Jesús nos pone frente a una elección radical, no se pueden servir a dos señores. Entre Dios y la riqueza, entre el amor y el interés, el corazón humano debe decidir a quién pertenece realmente.
El Evangelio del día del 8 de noviembre continúa el discurso sobre el administrador deshonesto, pero ahora Jesús va más allá: no habla solo de dinero, sino de fidelidad. «El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho», dice. La vida espiritual no se mide por los gestos grandiosos, sino por la coherencia en las pequeñas decisiones cotidianas. Es allí, en los pliegues ordinarios de la existencia, donde se revela la verdad de nuestro corazón. La riqueza deshonesta no es solo el dinero obtenido injustamente, sino todo aquello que nos aleja del amor gratuito de Dios: la vanidad, el egoísmo, el deseo de aparentar. Jesús no condena los bienes materiales, sino que nos invita a usarlos como instrumentos de bien, para construir relaciones, para ayudar, para amar.
Evangelio del día, 8 de noviembre: la fidelidad en las pequeñas cosas
Lc 16,9-15
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Gánense amigos con la riqueza injusta, para que, cuando ésta falte, los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también es injusto en lo mucho. Si, pues, no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera? Y si no fueron fieles en lo ajeno, ¿quién les dará lo que es de ustedes? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o bien odiará a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero». Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de él.
Él les dijo:
«Ustedes son los que se tienen por justos delante de los hombres, pero Dios conoce sus corazones: lo que los hombres ensalzan, ante Dios es cosa detestable».
La santidad no nace de los grandes gestos, sino de una fidelidad silenciosa y constante. Cada acto de justicia, cada palabra amable, cada elección de honestidad se convierte en una semilla de eternidad. La riqueza, dice Jesús, es solo una prueba temporal: si no sabemos administrar con corazón puro lo que pasa, ¿cómo podremos custodiar lo que permanece para siempre, es decir, la gracia y la comunión con Dios? El Evangelio del día del 8 de noviembre nos recuerda que la verdadera riqueza no se mide en oro, sino en amor.
Servir a un solo Señor
“Ningún siervo puede servir a dos señores.” Esta es la verdad que desenmascara toda ilusión. Podemos fingir conciliarlo todo, pero tarde o temprano el corazón se revela: o ama a Dios, o se ama a sí mismo. Los fariseos, dice Lucas, se burlan de Jesús porque estaban apegados al dinero. Pero el Maestro responde con firmeza: «Dios conoce sus corazones». Estas palabras queman y liberan al mismo tiempo. Dios no se deja engañar por las apariencias: mira más allá de las máscaras, ve lo que los hombres ensalzan pero el cielo desprecia.
La libertad del corazón
Servir a Dios significa elegir la libertad. Quien es esclavo de la riqueza, del juicio o de la apariencia, ya no vive por amor sino por posesión. El discípulo de Jesús, en cambio, usa lo que tiene como un don, no como un ídolo. Es libre, porque sabe que todo pasa, pero el amor permanece. El Evangelio del día del 8 de noviembre nos invita así a un examen de conciencia sincero: ¿quién ocupa el trono de mi corazón? ¿Qué guía mis decisiones? Solo quien sirve a Dios encuentra la paz, porque solo Él puede colmar el deseo más profundo del ser humano.
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