La perseverancia es el aliento oculto de los discípulos, la fuerza silenciosa que sostiene en los días inciertos. El Evangelio del día del 16 de noviembre nos conduce dentro de una enseñanza que no quiere asustar, sino revelar dónde nace el coraje de la fe.
El Evangelio del día del 16 de noviembre se abre con un contraste: la belleza del templo, sólido e imponente, y la profecía de Jesús que anuncia su futura destrucción. Es una invitación radical: no confiar la propia seguridad a lo que pasa, sino construir la vida sobre la perseverancia del corazón, aquella que nace de la confianza en Dios. Cuando todo parece inestable, Jesús nos devuelve a lo esencial: no a las piedras sino al alma, no a las apariencias sino a la fe que vive en lo cotidiano.
Del Evangelio según San Lucas
Lc 21,5-19
En aquel tiempo, mientras algunos hablaban del templo, que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Llegarán días en los que, de todo lo que veis, no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto está a punto de ocurrir?». Él respondió: «Tened cuidado de no dejaros engañar. Muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Soy yo”, y: “El tiempo está cerca”. ¡No vayáis tras ellos! Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterroricéis, porque es necesario que esto ocurra primero, pero no será enseguida el fin». Después añadió: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares terremotos, hambres y pestes; también habrá hechos terribles y señales grandiosas en el cielo.
Pero antes de todo esto, echarán mano de vosotros y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre.
Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
Seréis traicionados incluso por padres, hermanos, parientes y amigos, y a algunos de vosotros los matarán; seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá.
Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida».
Jesús habla de guerras, revoluciones, calamidades y falsos profetas. Una secuencia que podría abrumar si no llegara un mandato preciso: “No os aterroricéis”. El miedo siempre está listo para engañarnos, para distorsionar nuestra mirada, para hacernos creer que el fin está cerca cada vez que todo se sacude. Pero Jesús calma la ansiedad del corazón: los acontecimientos difíciles no son la señal del fin, sino el terreno donde la fe puede madurar. La verdadera amenaza no llega de las crisis externas, sino de quienes prometen atajos, ilusiones, salvaciones fáciles.
El Evangelio no esconde la realidad: seguir a Cristo significa atravesar oposiciones, incomprensiones e incluso traiciones por parte de las personas más cercanas. Pero Jesús cambia la perspectiva: lo que parece una derrota se convierte en “ocasión para dar testimonio”. No pide preparar discursos perfectos, porque la palabra verdadera la dará Él mismo. Cuando el discípulo permanece fiel, incluso la fragilidad se convierte en fuerza, incluso el silencio se convierte en luz.
Jesús no crea ilusiones: el seguimiento puede costarlo todo. Y, sin embargo, pronuncia una promesa que abraza toda la vida: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá”. No significa que no habrá lágrimas, sino que ninguna de ellas será en vano. La protección de Dios no elimina la prueba, pero salva dentro de la prueba. La fidelidad del discípulo se vuelve así camino hacia una salvación que no depende de los acontecimientos, sino de la perseverancia del corazón.
“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida.”
Es la frase que resume todo el Evangelio del día del 16 de noviembre: no se trata de resistir por obstinación, sino de mantenerse unidos a Cristo, de caminar con Él incluso cuando los senderos se oscurecen. La perseverancia se convierte en el arte de quien continúa amando, creyendo y esperando a pesar de todo. Así es como la vida se salva: paso a paso, confiando.
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