La voluntad del Padre es el hilo que transforma vínculos comunes en una verdadera familia espiritual. El Evangelio del día del 21 de noviembre nos lleva dentro de un gesto sencillo que abre un horizonte nuevo.
En el Evangelio del día del 21 de noviembre, la voluntad del Padre se convierte en la clave para comprender un vínculo que supera la sangre. La escena es cotidiana, casi doméstica, pero el significado se abre más allá de lo que aparece. Jesús está entre la multitud, habla, escucha, acompaña. A su alrededor hay un movimiento continuo, y justo ahí surge una pregunta que no revela de inmediato la profundidad de lo que está por decir.
Evangelio del día, 21 de noviembre: una petición que parece normal
Del Evangelio según Mateo
Mt 12,46-50
En aquel tiempo, mientras Jesús todavía hablaba a la multitud, he aquí que su madre y sus hermanos estaban fuera y querían hablar con Él.
Alguien le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».
Pero Él, respondiendo al que le hablaba, dijo: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Luego, extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: «¡Aquí están mi madre y mis hermanos! Porque quien haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es para mí hermano, hermana y madre».
Alguien avisa a Jesús: su madre y sus hermanos lo buscan. Es un gesto sencillo, familiar. Todos esperan que Jesús interrumpa, que dé prioridad a sus afectos más cercanos. Pero el Evangelio nos lleva más allá de lo previsible. Aquí no hay rechazo ni distancia, sino una enseñanza que nace de lo ordinario y se eleva hacia lo esencial.
La mirada que ensancha la familia
Jesús responde con una pregunta que sacude: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». No es provocación, sino revelación. Con un gesto lento, casi solemne, extiende la mano hacia los discípulos. En ese simple movimiento revela una verdad que todo creyente está llamado a acoger: la verdadera familia nace de la escucha y de la acogida de la voluntad de Dios.
La voluntad del Padre que une
«Quien haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es para mí hermano, hermana y madre.»
Estas palabras no crean distancia, sino comunión. No sustituyen a María, sino que la iluminan: ella es la primera en vivir plenamente esta pertenencia. Jesús nos dice que la familia de Dios es abierta, acogedora, construida sobre el sí cotidiano al Padre. Es una llamada a vivir relaciones nuevas, donde el amor no nace de la sangre, sino de la elección de seguir el Evangelio.
Un llamado para cada creyente
Este pasaje nos recuerda que nadie está fuera de esta familia. No hace falta título, rol o condición: basta desear cumplir la voluntad del Padre. Es una invitación a vivir como hermanos, a reconocernos parte de una misma casa espiritual. La palabra de Jesús no excluye, sino que amplía, acoge y abre espacios de comunión donde a menudo hay muros.
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