Basta un solo día vivido de verdad con Jesús para encender en el corazón un deseo nuevo, fuerte, exigente: el de la santidad. Es una intuición central en el pensamiento espiritual de Madre Teresa de Calcuta, una mujer que hizo del amor personal a Cristo el criterio de cada elección, de cada gesto, de cada respiro.
Madre Teresa no habla de una idea abstracta de Jesús, sino de un encuentro real. Un día con Él no es un tiempo medible, sino una experiencia transformadora. Es el momento en el que el alma comprende que ya no puede vivir como antes. Cuando Jesús entra de verdad en la vida, no deja indiferentes: provoca, inquieta, llama. De ese encuentro nace una búsqueda enérgica, no tibia, no aplazada. La santidad ya no aparece como un ideal inalcanzable, sino como un camino posible, cotidiano, concreto.
Para Madre Teresa, la santidad nace de un amor personal a Jesús. No de un deber moral, ni de un perfeccionismo espiritual. Jesús no pide prestaciones, pide relación. Ser santos significa dejarse amar y responder a ese amor. Esto es lo que hace ardiente y viva la búsqueda de la santidad: saber que somos mirados, deseados, queridos por Cristo no de manera anónima, sino única, personal.
En el corazón de este pensamiento hay una revelación sorprendente: Jesús desea nuestra perfección. No con frialdad, sino con “ardor indecible”. El Sagrado Corazón de Cristo, tan querido por Madre Teresa, no es un símbolo distante: es el signo de un amor inquieto, que sufre al vernos detenidos, resignados, mediocres. Jesús no se conforma con nuestra supervivencia espiritual; nos quiere vivos, libres, plenos.
“La voluntad del Señor es nuestra santificación”: esta afirmación, sencilla y radical, cambia la perspectiva. La santidad no es una opción para unos pocos elegidos, sino el proyecto de Dios para cada vida. Madre Teresa lo vivió de manera extrema, pero nunca elitista. Cada gesto de amor, cada sacrificio escondido, cada acto de fidelidad cotidiana es un paso en el camino de la santidad.
El Sagrado Corazón de Jesús, dice Madre Teresa, está colmado de un anhelo insaciable de vernos avanzar. No perfectos de inmediato, sino en camino. La santidad no es ausencia de caídas, sino fidelidad al levantarse. Jesús no mira tanto los resultados, cuanto el deseo sincero de seguir adelante con Él.
Este pensamiento no es solo una meditación espiritual: es una llamada urgente. Un solo día con Jesús puede cambiarlo todo de verdad, si le permitimos entrar. De ahí nace una vida nueva, orientada no al éxito, sino a la santidad. Una santidad hecha de amor, humildad y confianza total en Aquel que nos quiere santos porque nos ama infinitamente.
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