Jesús aparece en la hostia en el momento de la consagración

fuente foto: lalucedimaria.it

En la iglesia de Saint’André, en la isla de La Reunión, el 26 de enero de 1902, sucedió algo extraordinario que nadie olvidaría jamás: un milagro eucarístico. Fue uno de los días en que tuvo lugar la Adoración de las Cuarenta Horas, por lo tanto, se exhibió el Santísimo Sacramento para los fieles que fueron allí a orar. En la Hostia apareció el rostro de Jesús durante muchas horas. Esto fue visto por miles de personas, quienes dieron testimonio del hecho.

A continuación la narración del mismo Abad Lacome: “Era un 26 de enero de 1902. Celebrábamos la fiesta de la adoración perpetua (las Cuarenta horas), y el Santísimo Sacramento había sido expuesto en el tabernáculo. Comencé la Misa. Luego de la elevación, en el momento del Padre Nuestro, mis ojos se elevaron hacia la Hostia y vi una aureola luminosa que circundaba los rayos de la Custodia. Continué recitando las oraciones de la Misa llegando a dominarme porque sentía una fuerte turbación en el alma. En el momento de la Comunión, miré de nuevo la Custodia. Esta vez vi en la Hostia un rostro humano, con los ojos hacia abajo y una corona de espinas en la frente. Aquello que más me conmovió fue la expresión dolorosa reflejada en el rostro. Las pestañas de los ojos eran largas y delgadas. Traté de disimular ante los presentes la inquietud que se agitaba dentro de mí. Concluida la celebración me dirigí a la sacristía y mandé llamar a los chicos más grandes del coro. Pedí que fueran al altar y observaran atentamente la Custodia. Ellos regresaron corriendo y me dijeron: “Padre mío, vemos la cabeza de un hombre en la Hostia”. ¡Es nuestro buen Dios que se muestra! Entendí, entonces, que la visión era auténtica. Llegó un chico de dieciséis años, Adam de Villiers, que había estudiado en un colegio en Francia. Le dije también a él: “entra también tú en la iglesia y mira y observa algo extraordinario en el tabernáculo”. El joven estudiante se dirigió al santuario y regresó inmediatamente. Me dijo: “Padre, es el buen Dios que se ha aparecido en la Hostia, veo su rostro divino. Desde ese momento han desaparecido todas mis dudas”. Poco a poco, todo el pueblo se volcó a la iglesia para ver el Milagro. Llegaron también periodistas y gente de la capital, Saint Denis. El rostro de la Hostia se animó de improviso y la corona desapareció. Usé todas las precauciones posibles porque temía el efecto de algún reflejo de luz. Por eso apagué todos los cirios e hice cerrar las ventanas. Entonces, el fenómeno apareció aún más nítido. Es más, en la oscuridad, los rasgos del rostro emanaban verdaderos destellos. Entre los presentes estaba una joven pintora quien reprodujo fielmente el rostro de la Hostia. Más tarde, la visión siguió cambiando, apareciendo en la Hostia un crucifijo que cubría todo el diámetro de la Hostia. Después de la bendición eucarística y la oración del Tantum Ergo las visiones desaparecieron”. 

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