Novena a Santo Tomás de Aquino – Cuarto Día

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración para todos los días

A Vos, Dios mío, fuente de misericordia, me acerco yo, inmundo pecador, para que os dignéis lavar mis manchas. ¡Oh Sol de justicia, iluminad a este ciego! ¡Oh Médico eterno, sanad a este miserable! ¡Oh Rey de reyes, vestid a este desnudo! ¡Oh mediador entre Dios y los hombres, reconciliad a este reo! ¡Oh buen Pastor, acoged a esta oveja descarriada!

Otorgad, Dios mío, perdón a este criminal, indulgencia a este impío y la unción de vuestra gracia a esta endurecida voluntad. ¡Oh clementísimo Señor!, llamad a vuestro seno a este fugitivo, atraed a este resistente, levantad al que está caído y una vez levantado sostenedle y guiad sus pasos. No olvidéis, Señor, a quien os ha olvidado, no abandonéis a quien os abandonó, no desechéis a quien os desechó y perdonad en el cielo a quien os ofendió en la tierra. Amén.

Oración a la Santísima Virgen

Tomás de Aquino
Tomás de Aquino

¡Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, océano de bondad, Hija del Rey soberano, Reina delos ángeles y Madre del Común Criador! Yo me arrojo confiado en el seno de vuestra misericordia y ternura, encomendándoos mi cuerpo, mi alma, mis pensamientos, mis deseos, mis afectos y mi vida entera, para que por vuestro auxilio camine yo siempre hacia el bien según la voluntad de vuestro amado Hijo, N.S. Jesucristo. Amén.

Cuarto DiaEl Don de la Sabiduría

Es la sabiduría uno de los dones del Espíritu Santo con el que la inteligencia bañada de celestiales luces, acierta a contemplar las cosas altísimas de las cuestiones y una vez vistos esos motivos supremos, desciende a juzgar y discurrir sobre los demás objetos subordinados a la razón potísima y soberana de la que son como destellos y efluvios. Esas causas elevadísimas que son el fin de la sabiduría, pueden considerarse en absoluto y en determinados órdenes de géneros.

El que llegue a conocer la razón suprema que es la piedra clave de un orden de cosas, conseguirá indudablemente la ciencia de todos los demás objetos subordinados a ese principio luminoso ordenando todas las cosas inferiores con relación a su causa general, como en la arquitectura o en la medicina, por lo cual decía San Pablo: A semejanza de un sabio arquitecto, he puesto el fundamento. Y aquel que llega a conocer la casa altísima absoluta y universal que es Dios, será sabio por entero y de verdad, puesto que se dirige y gobierna en todas sus acciones con dependencia y subordinación a las reglas divinas que son el modelo de toda la ciencia y de todo orden.

Este hermosísimo conocimiento, lo adquiere el hombre por una influencia misterios del Espíritu Santo, según la sentencia del Apóstol: Él es Espíritu Santo es el que juzga y enseña toda verdad; y así se ve que la sabiduría es uno de los dones con el que el Espíritu de amor enriquece a sus escogidos. Ninguna preparación mejor que la humildad para recibir esa luz y esa ciencia inefable del cielo.

Claro es que este don soberano de la sabiduría, aunque fundamentalmente radica en la caridad que es el alma de todas las virtudes, esencialmente tiene su desarrollo en el entendimiento, ya que siendo propio de la sabiduría el orden y el juicio de las cosas con relación a las causas, a ninguna otra facultad más que al entendimiento pertenece el ejercitar ese don de la sabiduría y a que es la inteligencia la que ordena y juzga de los objetos en armonía con sus fines y causas.

EJEMPLO

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Fue Santo Tomás el nuevo Salomón de la Iglesia por la portentosa sabiduría con que el cielo le enriqueció. Y así como del antiguo Salomón dice la sagrada Escritura que lo supo todo, desde el cedro de los montes hasta el musgo y el hisopo de las paredes, así puede afirmarse de Tomás de Aquino que nada se escapó a su soberana inteligencia, desde la teología hasta las ciencias físicas y desde la Sagrada Escritura hasta la política y la lingüística.

”Nadie puede subir más alto que el Ángel de las Escuelas”, ha dicho León XIII y su mirada de águila fijando su pupila en el Sol infinito, descubrió inescrutables secretos y abarcó desde las alturas de su ciencia el panorama del universo juntándose en la inteligencia sin segundo de Tomás el cielo con la tierra, lo infinito con lo ilimitado, Dios con las criaturas.

Todo este cúmulo prodigioso de conocimientos lo adquirió el angélico Maestro, no ya sólo con el estudio incesante de los libros, sino con la oración jamás interrumpida donde el Señor le descubría los arcanos más admirables y el Espíritu Santo le comunicaba a torrentes las luces más inefables con que se iluminan y esclarecen todas las páginas de las inmortales Obras de Tomás.

Por eso el Santo Doctor fue verdaderamente sabio, porque fue humilde y acudió a Dios en demanda de su gracia y de sus santos auxilios; y por eso hay tantos en nuestros días que con capa o apariencias de eruditos, no son más que unos perfectos ignorantes, porque arañando y desflorando cien cuestiones, jamás logran apoderarse del principio soberano de la ciencia que no consiste en una manigua de detalles y cabos sueltos; y porque llenos de vanidad y de orgullo, no acuden al cielo de donde sólo puede venir la luz que ha de disipar las nieblas y sombras de nuestro entendimiento.

(Ahora pídase la gracia especial que se quiera conseguir y luego rézense tres Padrenuestros y Avemarías con su Gloria Patri en reverencia de la humildad, sabiduría y pureza angelical de Santo Tomás de Aquino).

Antífona

¡Oh Santo Tomás, gloria y honor de la Orden de Predicadores! Transpórtanos a la contemplación de las cosas celestiales, tú que fuisteis maestro soberano de los sagrados misterios.

V. Ruega por nosotros, Santo Tomás.

R. Para que nos hagamos dignos de las promesas de Jesucristo.

Oración final

Gracias, os doy, Señor Dios mío, y Padre de misericordias, porque os habéis dignado admitirme, a mí pobre pecador e indigno siervo vuestro, a la participación gratuita de vuestra gracia en el secreto de la oración. Yo os ruego que esta comunicación de mi alma con Vos no sea castigo de mis culpas, sino prenda segura del perdón de mis ofensas, armadura finísima de la fe y escudo invulnerable de mi corazón.

Concededme la remisión de mis faltas, el exterminio de la concupiscencia y de la sensualidad, el aumento de la caridad, de la humildad, de la paciencia, de la obediencia y de todas las virtudes; defendedme de las asechanzas visibles e invisibles de los enemigos; dadme el sosiego inefable de mis apetitos y de todos mis afectos para que así pueda unirme mejor a Vos que sois mi felicidad y descanso. Suplico también.

Dios mío, que después de mi muerte, os dignéis admitirme a la Pascua celestial y al convite divino donde Vos en unión del Hijo y del Espíritu Santo, sois luz verdadera, abundancia perfecta, gozo sempiterno, alegría consumada y felicidad sin medida. Amén.

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