Hay un pensamiento, profundísimo, que pone patas arriba todo lo que creemos saber sobre el corazón, las emociones y la salvación: quien nos da las respuestas correctas es Santa Teresita, con palabras que pueden parecer simples, pero que desarman.

Lo que Santa Teresita de Lisieux pone ante nuestros ojos es una invitación a reflexionar sobre la verdadera capacidad del deseo humano.
Todos estamos acostumbrados a pensar en el corazón como un símbolo “sentimental”, o en el mejor de los casos como la sede de las emociones. Pero la jovencísima Santa carmelita nos abre los ojos sobre un tema tan profundo y central en la cristiandad, que nos lleva a cambiar por completo la visión de lo que realmente habita en el corazón de cada uno de nosotros.
El corazón, nos enseña la joven Santa, es tan grande que nada de lo que ofrece la tierra logra colmarlo. No existe riqueza terrenal, ni honores, ni placeres, ni mucho menos el éxito, que pueda llenar totalmente el corazón.
Este es un pensamiento audaz. Es una imagen que contradice por completo la visión a la que a menudo estamos acostumbrados. La cultura del “todo y ahora” se ve así dada vuelta, para dar paso a la cultura de la espera, una cultura que estamos perdiendo, pero que devuelve el fruto de lo que sembramos.
Santa Teresita: el corazón como espacio de infinito
En el pensamiento de Santa Teresita, el corazón no es solo sede de emociones y afectos. El corazón es, verdaderamente, la medida del infinito.
Cuando el corazón —nos enseña la Santa— se enfrenta a los llamados “tesoros de la tierra”, este se muestra vasto, insaciable.
Pero todo cambia cuando el corazón dirige su mirada hacia Dios. En ese momento, el corazón siente toda su “pequeñez”.
En palabras muy claras de la Santa:
“¡Es increíble lo grande que me parece mi corazón cuando considero los tesoros de la tierra, pues todos juntos no podrían satisfacerlo! En cambio, ¡qué pequeño me parece cuando pienso en Jesús! ¡Quisiera amarlo tanto!”
(fuente: Pensamientos de Santa Teresa del Niño Jesús).
El Paradoja
Entonces, en las palabras que nos dejó Santa Teresa de Lisieux, se nos presenta una imagen del corazón humano como un verdadero paradoja.
Porque el corazón se muestra como grande y necesitado, pero al mismo tiempo como rico y pobre, capaz e incapaz.
Todo depende, según vemos, de la perspectiva, de la dirección hacia la que mira nuestro corazón.
Santa Teresita nos enseña que el corazón humano no desea las riquezas de este mundo. Desea el Absoluto, y en ese deseo crece y se acerca a Dios.
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