Con el Evangelio del día 5 de agosto, Jesús se revela como una presencia viva y salvadora en medio de la tempestad. El relato de Mateo nos invita a reflexionar sobre el coraje de la fe, la fragilidad humana y el llamado a confiar en Dios incluso cuando todo parece estar en contra.

La imagen presentada por el Evangelio del día 5 de agosto es muy significativa: Jesús se retira solo al monte para orar, después de haber despedido a la multitud. Es un momento de intimidad con el Padre, lejos de las presiones del pueblo y de las expectativas de los discípulos. Incluso el Hijo de Dios necesita del silencio y la soledad para alimentar su corazón. Este gesto nos recuerda que, para nosotros los cristianos, es una invitación a no descuidar nunca la oración como fuente de discernimiento y fortaleza, especialmente en los momentos en que la vida nos parece agitada e incierta.
Evangelio del día, 5 de agosto: de la tempestad a la fe
Del Evangelio según san Mateo
Mt 14,22-36
[Después que la multitud hubo comido], Jesús obligó enseguida a los discípulos a subir a la barca y a precederlo a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte, aparte, a orar. Al llegar la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca ya se encontraba muy lejos de tierra firme, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Ya cerca del amanecer, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar. Al verlo caminar sobre el mar, los discípulos se turbaron y dijeron: «¡Es un fantasma!» y gritaron llenos de miedo. Pero Jesús les habló enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!».
Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua». Jesús le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero, al sentir la fuerza del viento, tuvo miedo y, al comenzar a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Enseguida Jesús extendió la mano, lo sostuvo y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
Apenas subieron a la barca, el viento se calmó. Entonces los que estaban en la barca se postraron delante de él y dijeron: «Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Y la gente del lugar, reconociendo a Jesús, difundió la noticia por toda la región. Le llevaban todos los enfermos, rogándole que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto. Y todos los que lo tocaban quedaban sanos.
La centralidad de la fe
Jesús nos presenta, a través de sus palabras y sus hechos, el verdadero rostro de la humanidad. Mientras el Cristo ora, los discípulos están en la barca, en la oscuridad de la noche y a merced de las olas. La imagen es poderosa: una barca sacudida por el viento, símbolo de la Iglesia y de la vida de cada uno de nosotros cuando está atravesada por dificultades, dudas y miedos. Los discípulos, como suele ocurrir en los Evangelios, representan nuestra fragilidad: ven a Jesús caminando sobre las aguas, pero no lo reconocen, sino que lo confunden con un fantasma. Es el miedo el que nubla la vista, distorsiona la realidad e impide reconocer la presencia de Dios justo donde parece estar más ausente.
Reconocemos, a través de las palabras recogidas en el Evangelio de Mateo, cuán central es la fe en las enseñanzas y en las palabras de Cristo en general. Pedro le pide a Jesús una señal: «Si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre las aguas». La respuesta de Jesús es sencilla y decisiva: «¡Ven!». Este es el corazón de este Evangelio.
La fe no es solo creer desde lejos, sino dejar la seguridad de la barca y caminar hacia el Señor, aunque el camino nos lleve sobre un mar agitado. Ese “¡Ven!” tiene un significado muy importante y central, porque Pedro puede caminar sobre el agua solo mientras su mirada está fija en Jesús. Cuando Pedro pide ayuda, Jesús responde con palabras de ánimo, preguntándole por qué dudó. La mano de Cristo está siempre lista para levantarnos. Es un Dios que salva, que no espera que seamos perfectos para amarnos.
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